Para sus defensores, se trata de la mejor noticia que han podido recibir una docena de naciones que tienen un peso del 40 por ciento en la economía mundial. Para sus detractores, es el triunfo del capitalismo salvaje, en el que priman los intereses privados sobre el bienestar de las personas. Así de extremas son las opiniones en torno al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés), cuyas negociaciones concluyeron ayer después de ocho años de discusión.
En pocas palabras, el esquema mencionado establece un marco diferente de libre comercio, con el claro liderazgo de Estados Unidos y Japón. Adicionalmente, en el club están Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Aparte de meterse con temas espinosos como la industria farmacéutica, la automotriz o la textil, también establece normas laborales y regulaciones en materia ambiental distintas.
Para cualquier observador, salta a la vista que China no está presente, algo que a más de uno le puede sonar raro, cuando se tiene en cuenta que es el mayor exportador del planeta. La explicación es que aparte de intereses económicos, el TPP también sirve para crearle una especie de contrapeso a Pekín, que no siempre deja operar las reglas del mercado, sobre todo cuando van en su contra.
Washington era el gran promotor de la iniciativa. Sobre el papel, más de 18.000 artículos individuales verán reducidos sus aranceles, lo cual favorece a los estadounidenses que tienen la oferta más amplia. Debido a ello, un jubiloso Barack Obama celebró la noticia, dejando en claro que la considera uno de los legados más importantes de su mandato.
No obstante, ahora comienza una senda no menos difícil. Como todo tratado internacional, este debe ser ratificado por los parlamentos de los socios del Acuerdo, y las fuerzas en contra de aprobarlo son importantes.
En Canadá, por ejemplo, la oposición ha indicado que dará la pelea, mientras que en Australia el asunto de las patentes para los medicamentos cayó muy mal. Incluso en Estados Unidos, hay sectores demócratas y republicanos que han expresado sus reservas frente a lo negociado, comenzando por Donald Trump. Por tal razón, pueden pasar años antes de que el TPP comience a operar.
Mientras llega ese momento, más de uno ve los toros desde la barrera. Europa, seguramente sentirá la presión para acelerar el proceso que tiene con los estadounidenses, cuyos objetivos generales son los mismos, pero que pasa por resolver el acertijo de los subsidios agrícolas. Los chinos, a su vez, tampoco se van a quedar quietos, pues quieren mantener su influencia comercial y política en Asia.
A su vez, es evidente que Colombia se quedó por fuera. No hay duda de que el interés de sumarse al esquema nunca se manifestó, pues ni la administración Uribe ni la actual hicieron demostración alguna al respecto. En contraste, nuestros socios de la Alianza del Pacífico participaron del proceso, demostrando que tienen una aproximación muy diferente a la nuestra.
Si eso es malo o no, es algo que igualmente será motivo de un interminable debate. Sobre el papel quedamos excluidos de un grupo cuyo potencial es muy grande. Tal vez el mayor riesgo es que estaremos en desventaja a la hora de convertirnos en un eslabón más de lo que se conoce como las cadenas globales de valor.
Aun así, hay que reconocer que seguimos muy atrasados en cuanto a desarrollar los vínculos con los vecinos del Pacífico, como sí lo han hecho México, Perú y Chile. Puesto de manera descarnada, contamos con muy pocas credenciales para reclamar un espacio que hemos desaprovechado en el pasado. Y solo hasta que recuperemos el terreno perdido, podremos aspirar a una membresía con la cual hoy haríamos muy poco, porque en esta materia no hay mucho para mostrar por ahora.
Ricardo Ávila Pinto
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