Uno de los rezagos más dramáticos dentro del regreso a las actividades económicas y sociales en este año es el de la educación para niños, niñas y adolescentes. Mientras el país entero regresaba a las calles, las fábricas, las oficinas, los centros comerciales y los aviones, las aulas para millones de estudiantes de colegio en Colombia seguían cerradas.
La irrupción del coronavirus envió a unos diez millones de alumnos a la casa en todo el territorio nacional y ahí terminaron el año escolar de 2020. Al igual que la mayoría de países de América Latina, Colombia empezó una apertura parcial de las instituciones educativas que tomó una velocidad más dinámica en los colegios privados. Hasta septiembre pasado un 30% de estudiantes no recibía ningún tipo de educación presencial.
De acuerdo al Observatorio a la Gestión Educativa de Empresarios por la Educación, con corte al 29 de octubre, 7,8 millones de niños, niñas y adolescentes hoy cuentan con algún grado de presencialidad escolar. Esto implica que alrededor de uno de cada cinco estudiantes colombianos sigue en formato remoto, con sus efectos negativos en aprendizaje, socialización y bienestar emocional. Es difícil de creer la lentitud con la que la educación primaria y básica ha retornado a esta nueva normalidad en comparación con la reapertura total de otros sectores de la sociedad y la economía.
De hecho, crece la preocupación por las afectaciones que 18 meses de ausencia forzada de las aulas escolares han infligido en los menores tanto en sus procesos individuales de aprendizaje como en sus emociones. Precisamente sobre este tema giró la reciente investigación de Sandra García, Darío Maldonado y Sofía Abondano, de la Universidad de los Andes y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los resultados, como era de esperarse, son alarmantes.
La fotografía instantánea de la educación pública desde lo remoto confirma las dificultades que millones de niños llevan enfrentando por más de año y medio para poder disfrutar de su derecho básico a la educación. Solo el 15% de los estudiantes de colegios públicos en Colombia tuvieron una experiencia educativa presencial en el primer semestre de 2021. La mitad tuvo acceso a plataformas educativas y seis de cada diez contó con acceso a un profesor.
La falta de educación presencial en el país desembocó en que la plataforma de mensajería instantánea WhatsApp se convirtiera en el salón de clases para el 82% de los alumnos. También generó brechas entre los estudiantes de las áreas rurales frente a los de las zonas urbanas y redujo el contacto con profesores y compañeros. El 43% de los niños de prescolar y primaria de instituciones públicas no tuvieron ningún contacto con ningún compañero. Los problemas de socialización no son solo discurso sino una realidad tangible que estos datos resaltan.
El estudio mide la desconexión de los estudiantes con sus escuelas, el menor tiempo dedicado a estudiar, la reducción en el involucramiento de las actividades escolares y una alta desmotivación. De acuerdo a sus cuidadores, 1 de cada diez niños se estancó y atrasó en su aprendizaje y uno de cada cuatro no habría aprendido nada nuevo en el primer semestre de este año. Todo lo anterior bajo la sombra de la deserción escolar: 4,4% de hogares reportan al menos un niño, niña o adolescente que dejó de estudiar.
Estas cifras hablan por sí solas. No se exagera cuando desde distintos sectores se alerta sobre las terribles consecuencias del lento retorno a la educación presencial y la terquedad de los sindicatos de maestros en este proceso. Ya este año escolar también se perdió. Es momento de poner la mira en 2022 para consolidar la presencialidad, recuperar el aprendizaje y atender el bienestar emocional.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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