En días pasados, el país presenció una interesante discusión acerca de las estrictas medidas de cuarentena y sus efectos en la economía.
Con el siempre presente riesgo de la simplificación, se podría decir que en un lado se encontraban aquellos que defienden las restricciones que se tomaron en marzo y que están basadas en las estimaciones de modelos epidemiológicos. De acuerdo a estos, a los 100 días del primer caso oficial, Colombia registraría, sin ninguna intervención, un número de fallecidos superior a los 300 mil.
En el otro, están quienes afirman que las medidas tomadas ante este escenario tan catastrófico, por ejemplo el confinamiento del 80 por ciento de la población del país, generaron un impacto económico sin precedentes.
El ‘pago’ por las medidas sanitarias será una contracción de la economía de niveles históricos, una disparada del desempleo y una parálisis de casi dos meses de la actividad productiva de alrededor de 10 por ciento del PIB.
En otras palabras, las consecuencias de una de las cuarentenas más extendidas del mundo. A pesar del retorno de varios sectores como la construcción, la manufactura y el comercio, el aislamiento obligatorio sigue vigente para un porcentaje de la población y del aparato productivo.
El debate sobre las políticas definidas por el Gobierno en materia económica y de salud pública, y la evaluación de sus resultados, hacen parte de las necesarias y vigorosas conversaciones democráticas.
Más que un pulso entre métodos o epistemología de la economía versus la epidemiología, este debate ratifica aún más la falsedad de la disyuntiva entre salud e impactos económicos.
No se trata de menospreciar el inmenso valor de mirar hacia atrás y entender la racionalidad detrás de las medidas y los escenarios que no se cumplieron. No obstante, las lecciones hoy importan más hacia adelante, con miras a la reactivación económica aún bajo la pandemia.
Una de las lecciones es que es más difícil encontrar el equilibrio delicado entre la salud y la economía que apostarle todo a una de ellas.
Ceder a las presiones de reabrir la economía sin la costosa adaptación a las medidas sanitarias es tan peligroso como ahogar la economía y paralizar la sociedad con confinamientos extremos.
Otra lección es la de tener claridad sobre los objetivos buscados con las distintas medidas. Por ejemplo, la cuarentena se instauró con varias metas como la preparación del sistema de salud, el aumento de capacidades de testeo, de pruebas de diagnóstico y de tratamiento, y el freno al ritmo de los contagios.
Esta claridad es una ayuda muy útil en la ponderación de los beneficios obtenidos y los costos incurridos en estos 80 días de aislamiento obligatorio.
¿Qué se puede extraer de la experiencia de las primeras etapas del confinamiento que puedan guiar la ruta de la reactivación económica?
Lo primero es la necesidad de balancear estas presiones de las medidas sanitarias con las económicas. Y el entendimiento de que este es un equilibrio tanto delicado como resbaloso.
Segundo, la información sobre el coronavirus y su comportamiento epidemiológico, así como la evaluación de las políticas implementadas, enriquecen hoy la toma de decisiones. La incertidumbre y la falta de esos datos para tomar determinaciones siendo grande, pero se ha reducido en algunas áreas.
En tercer lugar, las aristas de una pandemia de esta naturaleza sobrepasan los aspectos de la salud pública y de la macroeconomía y llegan a la educación, el trabajo y la brecha digital, entre otros. Las estrategias para la recuperación no pueden olvidar estos factores. La ruta no está tan clara, pero hay más conocimiento que antes.
Francisco Miranda Hamburger
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