No hay duda de que el video a través del cual varios exjefes de la antigua guerrilla de las Farc anunciaron su regreso a la lucha armada, creó zozobra en sectores del país.
A fin de cuentas, el eventual deterioro del clima de seguridad en el territorio nacional es algo que inquieta, no solo porque prolongaría el conocido círculo vicioso de violencia y pérdida de confianza, sino por la posibilidad de regresar a épocas que se creían superadas.
Ante semejante amenaza, es obligatorio reaccionar con cabeza fría. Para comenzar, diferentes actores deben subrayar que el proceso de paz no ha fracasado.
Las cifras muestran que una proporción ampliamente mayoritaria de excombatientes cumplió con la promesa de desmovilización hecha desde un comienzo. Las declaraciones de Rodrigo Londoño ayudan a dejar en claro que la palabra empeñada se respeta entre los que no escucharon los cantos de sirena de ‘Iván Márquez’.
De manera complementaria, el Gobierno requiere abandonar actitudes que sonaban ambivalentes frente a los acuerdos del Teatro Colón.
En lugar de buscar maneras de cambiar la redacción de los textos negociados en La Habana, lo que le corresponde es preocuparse por su implementación. La labor del alto consejero para la estabilización, Emilio Archila, es encomiable y merece más apoyo, algo que pasa por mayor cohesión en los mensajes que envían otros integrantes de la administración Duque.
Por otra parte, está el campanazo de alerta que necesita ser escuchado por parte de las Fuerzas Armadas. Aunque es fácil menospreciar el poder de fuego de una cantidad de disidentes relativamente menor, vale la pena tener en cuenta que a la hora de hacer terrorismo basta con reunir apenas a un puñado de desquiciados y más si estos concretan una alianza con el ELN.
Subir la guardia resulta indispensable y ello demanda cerrar filas. Las divisiones que aquejan al Ejército son totalmente inconvenientes, por lo cual hay que acabar con las facciones que le hacen daño a la institución.
Mención aparte merece Venezuela, que vuelve a aparecer como santuario de aquellos que solo entienden el lenguaje de las balas. Aquí lo que corresponde es resaltar ante la comunidad internacional algo que es totalmente inaceptable, pues confirma que el régimen de Nicolás Maduro es una amenaza para la seguridad de Colombia y de la región entera, lo cual amerita una nueva denuncia en foros multilaterales como las Naciones Unidas y la OEA.
En lo que atañe a los colombianos, no queda más que conservar la calma. Si alguna lección enseña nuestra convulsionada historia es que no hay organización que logre doblegar al Estado, así haya contado con la fortaleza del cartel de Pablo Escobar, el salvajismo de los paramilitares o la insensatez de los grupos guerrilleros financiados por los secuestros y el narcotráfico.
Ante el peligro, los dirigentes de los diferentes partidos están en mora de unirse alrededor de un propósito común: consolidar los avances obtenidos en reducción de homicidios y de heridos entre los integrantes de las Fuerzas Militares y de Policía.
Las disidencias constituyen un desafío considerable, junto con la presencia de las bandas criminales que se nutren de los recursos que deja la cocaína o la minería ilegal. Debido a ello, no queda otra salida diferente a enfrentar a esos actores, con el respaldo de la ciudadanía.
De lo contrario, el riesgo es grande. Justo cuando la economía mundial atraviesa por un periodo de incertidumbre y los capitales huyen de los países emergentes en busca de refugios seguros, Colombia no puede dar la impresión de que está dando marcha atrás. El liderazgo es clave, junto con un discurso coherente y acciones que les reiteren a los violentos que no pasarán, por más videos que distribuyan a través de las redes sociales.