El pasado domingo los votantes argentinos asistieron a las urnas en la segunda vuelta presidencial y enviaron un doble mensaje. En primer lugar, rechazaron de forma contundente la pobre gestión de la administración peronista en el poder, representado en la candidatura del actual ministro de Economía, Sergio Massa.
Y, en simultánea, escogieron, como próximo ocupante de la Casa Rosada a Javier Milei, un aspirante outsider con promesas de cambios radicales alrededor de políticas de libre mercado.
Tras una larga y agresiva campaña presidencial, el país austral llegó a los comicios en una situación económica delicada. La inflación superó el 142% anual y el peso ha perdido gran parte de su valor frente al dólar, mientras que las clases medias vienen empobreciéndose rápidamente.
La deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) alcanzó los 43 mil millones de dólares, así como el aumento de tributos y el exceso de regulación ha derivado en una dificultad para hacer negocios y atraer inversión.
La victoria de Milei constituye una apuesta tanto compleja como riesgosa. El recién electo presidente de Argentina ganó las elecciones con un paquete de propuestas drásticas.
Dentro de ellas se encuentran la eliminación de varios ministerios, los recortes de impuestos a los exportadores y de regulaciones, así como la reducción del gasto público en unos quince puntos porcentuales del PIB, el cierre del banco central y la dolarización de la economía.
La implementación de este conjunto de medidas no será una tarea fácil para la entrante administración. En primer lugar, el presidente Milei tendrá que ampliar su coalición de gobierno en el Congreso para lograr impulsar su agenda, así como enfrentar una oposición peronista con alta capacidad de movilización social.
Segundo, por muchos años el modelo socioeconómico argentino se ha construido sobre la base de generosos subsidios sociales y de una fuerte intervención estatal en el aparato productivo. Recortes de estas ayudas en momentos de crisis económica severa cuentan con la fuerza suficiente para desestabilizar a la Casa Rosada, como ha sucedido en el pasado.
Un tercer aspecto que agudiza la complejidad que le espera al gobierno de Milei es la dificultad para materializar con éxito algunas de sus promesas electorales más radicales. Por ejemplo, dolarizar una economía del tamaño de la argentina, y en la precaria situación actual del aparato productivo austral y de sus finanzas públicas, no es una fórmula mágica para resolver el daño de muchos años de políticas públicas fallidas y estatizantes.
“Hoy comenzamos la reconstrucción de Argentina”, declaró Milei la noche de su elección. El mayor riesgo que enfrenta la nueva administración en Buenos Aires radica precisamente en las altas expectativas de cambios que el triunfo de un outsider, no conectado con el peronismo ni con el antiperonismo tradicional, ha generado en la mayoría de los electores.
Los primeros anuncios de privatizaciones de YPF y otras empresas estatales deben acompañarse de una estrategia económica que, sin olvidar los recortes en el gasto, reconozca las urgencias sociales que hoy aquejan la sociedad argentina.
Por último, la llegada de Javier Milei al poder en una de las economías más grandes de América Latina está siendo interpretada como una reacción a la ‘ola rosa’ de victorias de la izquierda en la región. Si bien aún es pronto para hablar de un movimiento del péndulo ideológico, muchos ojos estarán puestos sobre la aplicación de ideas y políticas liberales, de libre mercado y de incentivos al sector privado en el Cono Sur.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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