El domingo que viene, cerca de 33 millones de colombianos están convocados a las urnas para elegir al próximo Presidente de la República en 10.642 puestos de votación, a lo largo y ancho del territorio nacional. Como es bien sabido, Juan Manuel Santos somete su nombre para repetir periodo en competencia con otros cuatro aspirantes: Óscar Iván Zuluaga del Centro Democrático, Enrique Peñalosa de la Alianza Verde, Marta Lucía Ramírez del Partido Conservador y Clara López del Polo Democrático.
La cita del 25 de mayo tiene lugar en medio de escándalos que afectan las dos campañas punteras, según las encuestas. En el caso del presidente-candidato, su némesis Álvaro Uribe sembró dudas al decir que en su momento fondos de dudosa procedencia habrían servido para cubrir el déficit que quedó tras la contienda del 2010, si bien no ha aportado las pruebas para respaldar tales sindicaciones. En lo que hace a Zuluaga, la polémica desatada por la captura de un pirata informático vinculado a su organización y la posterior publicación de un video donde aparece el exministro, ha ocupado los titulares de los últimos días.
Ambos episodios enlodaron el tramo final de una contienda que no contó con un eje o tema central que la haya definido. En lugar de registrar el cruce de propuestas para poderlas contrastar, la opinión escuchó una larga lista de promesas en discursos individuales y espacios publicitarios, con variaciones aquí y allá, en medio de un ambiente cada vez más polarizado. Si bien ayer por fin tuvo lugar el primero de dos debates televisivos con todos los aspirantes, habría sido ideal que tales encuentros comenzaran más temprano que tarde.
A pesar de lo anterior, es justo decir que el abanico de aspirantes a la Casa de Nariño comprende una selección de dirigentes preparados. El exministro Óscar Iván Zuluaga ha sido protagonista en la rama ejecutiva y la legislativa.
Dos exalcaldes de Bogotá, Enrique Peñalosa y Clara López, tienen la experiencia de gobernar la ciudad más grande del país, mientras que la conservadora Marta Lucía Ramírez ha hecho una larga y prestigiosa carrera en los sectores público y privado.
Por su parte, Santos llega a las urnas con un balance positivo en materia macroeconómica y buenos números en empleo y reducción de la pobreza. Otras áreas, como la infraestructura, apenas está despegando y quedaron tareas pendientes en salud, educación y justicia. Mención aparte merece el proceso de paz con las Farc, que ha avanzado a paso lento, pero en el cual se han conseguido acuerdos en tres de los cinco puntos de la agenda planteada.
A pesar de lo hecho, es indudable que Santos no despierta fervor en un vasto sector de la ciudadanía, tal como lo demuestra la paradoja de no haber podido consolidar una cómoda ventaja en los sondeos. Los errores en la estrategia de comunicación, sumados a las limitaciones de un candidato que tiene dificultades para conectarse con los electores, explican la relativa falta de entusiasmo que genera su nombre. Si a eso se le suman los dardos del uribismo, que degradó el ambiente general de la campaña, lo que se encuentra es una mezcla de apatía y polarización sin precedentes.
No debería haber sido así. Cuando se compara el ramillete de nombres que integran el tarjetón con los que han competido en otros países de América Latina, Colombia sale muy bien librada.
Por eso resulta aún más increíble que la guerra sucia haya sido lo más destacado de este primer tramo de la campaña y que la fiesta democrática que muchos esperaban haya degenerado en una pelea de estilo callejero en la que más valen insultos y golpes bajos que las ideas.
Aún así, y más allá de lo sucedido, la decisión sigue en manos de los votantes. Ni el miedo ni la rabia son parámetros aconsejables para una determinación de esta magnitud. Por ese motivo, la invitación no puede ser otra que la de votar a conciencia.
Ricardo Ávila
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