Confieso que estoy confundido. Habiendo gustado desde niño de la lectura, desarrollé a través de la vida el respeto y el afecto por el buen decir. Hoy, este pareciera estar en vías de ser desplazado por algo llamado ‘lenguaje incluyente’ que, francamente, no tengo ni idea de dónde comienza ni de dónde termina.
Mi epifanía, la revelación que tuve de que esto estaba sucediendo, fue en un reciente foro, cuando un notable académico, cargado de posgrados y pergaminos, manifestó su inquietud sobre lo que pudieran opinar acerca de determinado tema los mayores y las mayoras de una comunidad. ¡Caramba!, dije para mis adentros, estas son ya palabras mayoras, pues acabo de entender que mi madre no fue mayor que sus hermanos sino mayora. Y que, evidentemente, no tengo ni idea de los avances del lenguaje incluyente.
Al tratar de entender de qué trata el tema (¿o la tema?), he encontrado que pareciera que esta nueva forma de expresión exige que se abandonen muchas normas del castellano que por siglos han sido absolutamente claras y de general aplicación. Normas que simplemente nacieron para simplificar y darle claridad a la comunicación, y que nunca han buscado ser ofensivas.
Aparentemente, todos y todas los creyentes y las creyentas en este nuevo evangelio deben ignorar que por tiempo inmemorial se ha reconocido en el español que el masculino genérico incluye ambos sexos. O que existen desinencias neutras, como las terminadas en es. O que son innumerables las palabras epiceno, mediante las cuales con un solo género gramatical se pueden designar seres de uno y otro sexo.
Aparentemente, todos y todas los creyentes y las creyentas en este nuevo evangelio deben ignorar
que el masculino genérico incluye ambos sexos
No existiendo textos ni textas escritas sobre el particular, he pensado que quizás el mejor camino que tenemos las personas y los personos que queremos ilustrarnos sobre el tema es referirnos a las actuaciones (¿será actuacionas?) de los más destacados ejemplos y ejemplas de ese o esa nuevo o nueva lenguaje o lenguaja.
Y para esto, nadie mejor que Nicolás Maduro, presidento de millones y millonas de venezolanos y venezolanas, a quienes ha logrado volver pobres y pobras en un lapso admirablemente corto. Él, como pocos y pocas, con su inteligencia y facilidad de expresión, podría constituirse en el epítome (¿la epítoma?) de las activistas y los activistos de esta nueva forma y formo de expresión. Y hay que reconocerle que esto lo hace solo, sin hipócritas e hipócritos que lo alaben y sin necesidad del apoyo de portavoz o portavoza alguno o alguna.
Lamentablemente, aunque no soy un negacionisto de la importancia de la materia (o materio), sí soy víctimo de la limitación de espacio que tiene esta columna. Por eso, debo dejar este o esta tema pendiente o pendienta, para algún momento o momenta en que cuente con más espacio y conocimientos.
Por lo pronto, con mi escasa ilustración, solo puedo dejar en claro que, para mí, en lo que respecta a inclusión, lo importante no son las letras sino el trato diario. Y que no hay mejor guía para la vida que el mandato bíblico “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti”. Difícil sintetizar la fórmula de la felicidad en menos palabras.
EMILIO SARDI
Empresario