Al finalizar cada año nos encontramos ante el mismo sainete nativo protagonizado por empresarios y trabajadores, sentados en una mesa que no convoca, no acuerda, no concerta, ni concreta, la verdadera agenda del país, la misma que debería ocupar a estos 2 sectores promotores de la productividad y el crecimiento nacional. Reducidas las conversaciones al tire y afloje de un salario mínimo, la dignidad de unos y otros se miserabiliza, en gracia de unas cifras que poco reflejan la realidad, y terminan dejando al Gobierno solo, promulgando el decreto de mayor costo político, que genera la más alta insatisfacción entre el pueblo.
A la demanda de incrementar los salarios en el 2011 a partir del 12% y de la oferta pírrica del 3%, cabe la respuesta de los humoristas cuando dicen “deje así”. La experiencia ha demostrado que aumentos tan bajos son un pretexto para bendecir alzas desmedidas en los precios de los productos de necesario consumo, y devaluar la capacidad del salario de los trabajadores. Basta con poner el retrovisor sobre el último aumento del 3,64% para el 2010 y ver que la educación, el transporte y los servicios públicos en las principales
ciudades tuvieron alzas que rodearon el 7%, para no hablar de las utilidades y el crecimiento de la gran empresa, que igual hubiera obtenido con mejores salarios.
Esta mesa no tiene incidencia, ni control, ni voz sobre estos aspectos, y en tales condiciones el Gobierno, los empresarios y los trabajadores están llamados a replantear su responsabilidad y a suscribir una agenda de más largo aliento, dejando a un lado las golosinas inmediatistas que tanto daño le han causado al sindicalismo y a la productividad.
El proceso de institucionalización y el ambiente de distensión que vive el país, desde que asumió la jefatura del Estado Juan Manuel Santos, constituyen una oportunidad para que se inicie el replanteamiento de las relaciones entre trabajadores, empresarios y Gobierno, que verdaderamente le apuesten a la construcción de la prosperidad. Sin duda, porque hay algo que está claro; la forma como se ha enfrentado la situación con los trabajadores no llena las necesidades de nuestra sociedad, lo que lleva a definir un nuevo marco de gobernanza, con base en los propósitos colectivos que garanticen la prosperidad.
La gobernanza es un concepto que debe ponerse de moda en esta agenda tripartita. La evolución de nuestra sociedad ha modificado los fundamentos de la relación entre la acción pública y el mercado; y las centrales obreras, los empresarios y el Gobierno no se han dado por enterados.
La gobernanza, entonces, es dar respuesta a la cuestión nueva y crucial acerca del modo de dirección de la sociedad contemporánea; el desafío consiste en conectar los conocimientos de toda índole y origen entre sí para aprender a tratar los problemas complejos. Además es el arte de encontrar la traducción, adaptada a cada realidad especifica de principios comunes, con la aceptación social suficiente de los mismos, la participación directa o indirecta de la colectividad en la realización de objetivos comunes y la coordinación de los múltiples actores para posibilitar y asegurar su realización.
Existe una agenda sobre el empleo en Colombia que se debe rescatar: la formalización del empleo, el primer empleo, salario digno en el campo con prestaciones y seguridad social, y en las regiones la construcción conjunta de oportunidades.
Será, a partir de la creación, en buena hora, del Ministerio del Trabajo, que se de inicio a un nuevo modo de interdependencia-asociación-coproducción-corresponsabilidad entre el Gobierno, las organizaciones de trabajadores y los empresarios. Así sí, todos a una, construiremos la prosperidad laboral y social que recientemente compraron los colombianos.