Tras pasar un mes en Seúl, lo que más sorprendente encontré fue su superior infraestructura de ciudad: el sistema de transporte público, la seguridad, la ausencia de canecas de basura (y de basura, en general), los servicios gratuitos y, sobre todo, su conectividad digital.
Aunque Corea del Sur entró a formar parte del club de los países desarrollados (Ocde) en 1996, observé que mis amigos surcoreanos, quienes tuvieron infancias de tercer mundo similares a las de mi generación en los años 70 y 80, hoy están educando a sus hijos en un país no solo del primer mundo, sino con el segundo mejor sistema de educación a nivel global, según las pruebas Pisa. Ser testigo de los resultados de esa transformación tan acelerada no deja de maravillarme.
El transporte público en Seúl es fabuloso. Su metro tiene 19 líneas, el más extenso del mundo, para atender a más de 20 millones de seulitas y trabajadores de los suburbios. Diferente a los metros de tantas otras ciudades del primer mundo, las estaciones y los trenes son inmaculados; los vagones frescos, con aire acondicionado, casi siempre están en total silencio –los pasajeros aprovechan el servicio gratuito de banda ancha wireless del metro para entretenerse con sus teléfonos inteligentes y ver las noticias, telenovelas y hasta programas de cocina–.
El metro de Seúl es un enorme hotspotwifi gratuito, poderosísimo –una vez bajé un episodio de televisión más rápido de lo que descargaría en mi casa en Bogotá– que transporta en sus entrañas millones de seres conectados digitalmente, todos con teléfonos de última generación.
Ver toda esa tecnología expuesta, sin el menor pudor o temor, me choqueaba los primeros días, teniendo en cuenta que iba de una ciudad donde el mismo Alcalde sugiere que no se utilicen los teléfonos móviles fuera de casa, para no exponerse a que se los roben.
Además del metro, Seúl cuenta con un sistema de buses amplísimo y con alta disponibilidad de taxis, todos habilitados para recibir el sistema de pagos T-Money, el monedero electrónico que sirve para pagar todos los transportes públicos (bus y metro de manera integrada), y todos los bienes y servicios aledaños al transporte. Las tarjetas débito, crédito y los mismos celulares pueden ligarse también al sistema T-Money, logrando integrar aún más todo el sistema de pagos.
En Seúl uno puede desayunar, comprar el periódico e irse al trabajo sin abrir la billetera. De hecho, el manejo de efectivo es muy bajo, por lo que pude observar, y la economía electrónica es una economía necesariamente formal.
Otro aspecto notorio son los servicios gratuitos –son derechos, si uno así lo quiere ver– en las estaciones de transporte. Los baños públicos son gratuitos, limpísimos, y preferidos por los seulitas incluso por encima de los baños de establecimientos privados. La limpieza y el manejo de basuras descrestan: aunque hay muy pocos lugares en donde depositar desechos (la posibilidad de terrorismo no es ignorada, como lo demuestran los gabinetes con máscaras en caso de un ataque terrorista), no se ve basura en ninguna parte; la gente se lleva su basura a casa, donde la separa y la recicla. Seúl es realmente enorme, pero su infraestructura de ciudad la hace fácilmente manejable y amable. Francamente, da envidia.
Eulalia Sanín G.
Socia de Prospecta