Se va cerrando, por estos días, el ciclo anual de celebración de las asambleas generales ordinarias de accionistas y/o de asociados, al que por ley están obligados los diversos regímenes de sociedades. La asistencia a algunas de ellas me ha hecho sentir partícipe de una suerte de ritual que ahora asocio con pasajes de algunas ceremonias eclesiales. Hay algo de misa en estos eventos. El desarrollo de las asambleas está signado por protocolos preestablecidos en los que destacan algunos hechos que las signan con visos de actos fastos.
Todo comienza con la citación. Fecha, hora y lugar; y el consabido orden del día. Grosso modo abriendo con, por lo menos, un himno, seguido con la verificación del quórum, la configuración de la asamblea, el informe de gestión, los informes financieros, el informe del revisor fiscal y el usual cierre con proposiciones y varios.
No todos asisten. En ocasiones resultan ser bastante más determinantes los ausentes que, por la vía del voto delegado, o del poder debidamente otorgado, configuran esa nebulosa de participación ficticia que suma en el quórum a las decisiones.
Claro que ya se están dando los primeros pasos hacia su realización virtual. Ya reza en algunas de las citaciones "para quienes no puedan asistir a la Asamblea y deseen, de manera informativa, seguir el desarrollo de la misma, esta estará disponible mediante servicio de videoconferencia por Internet".
Bastante ritual resultan ser, en ocasiones, los nombramientos del presidente y secretario de la asamblea, y de los delegados para dar el visto bueno al acta. Dado el parte de tranquilidad sobre los estados financieros y la consabida repartición de dividendos, sellan estos rituales, con pérdida de lustre, las decisiones aprobadas a pupitrazo limpio, con la moción de haber sido ya debidamente revisadas y avaladas por la gerencia y por la correspondiente junta directiva.
Pero en lo ceremonial del evento destaca el informe del revisor fiscal. Una lectura testimonial, bastante acartonada en el uso de formatos preestablecidos, que da fe de ciertos principios y leyes. Casi a manera de lectura de evangelio: "certifico que... llevé a cabo mi trabajo de acuerdo con normas de auditoría generalmente aceptadas... la contabilidad se llevó conforme a las normas legales y a la técnica contable... y se tomaron las medidas pertinentes para dar cumplimiento a la ley...".
Más allá del rito del cumplimiento de la ley tendría que hacer eco, a manera de pregunta, en la mente de los asociados, y como música de fondo, su real convicción y compromiso en torno al panorama presentado con los informes de gestión, los planes de desarrollo y las diversas proyecciones mostradas. Como parte del rito, no hay que olvidar que la asamblea es también un acto de bendición en el que el asociado, con su voto, define el futuro de su inversión.