Uno de los sectores más afectados por las medidas de cuarentena para combatir el coronavirus es el de la educación. Todos los niveles educativos -desde los jardines infantiles hasta los posgrados- han sido impactados por la declaratoria gubernamental de cierres de los colegios y las universidades.
El confinamiento ha puesto en jaque la prestación del servicio educativo en los más variados aspectos. El más evidente es el de la educación virtual. Las instalaciones físicas de universidades y colegios -costosas de mantener, rubro grueso en sus finanzas, y símbolo de progreso institucional- fueron las primeras en perder utilidad.
La imperiosa necesidad de las clases virtuales puso asimismo sobre la mesa tanto las capacidades de infraestructura tecnológica como las habilidades pedagógicas en ambientes digitales. Aquello que era visto antes como accesorio o solo para los más jóvenes, se convirtió en lo más esencial para sobrevivir el confinamiento.
La cuarentena exacerbó las ya existentes inequidades en la educación al igual que en otros sectores. Las instituciones públicas enfrentan desafíos ante las carencias de conectividad de la mayoría de sus pupilos mientras que, en los colegios privados y de élite, las preocupaciones giran en torno al costo de las matrículas y a las limitaciones que conllevan las clases por internet y teleconferencia.
Directivos de colegios y padres de familia ya pidieron apoyo financiero al Gobierno Nacional e incluso protocolos sanitarios para retornar a las aulas. El futuro del año escolar sigue siendo hoy incierto y ya muchos estiman que las restricciones se mantendrían hasta más allá del segundo semestre.
Todos los miembros de la comunidad educativa -rectores, profesores, estudiantes y padres- enfrentan el reto de adaptarse a una realidad marcada por la educación virtual y muchos luchan por sobrevivir. Pero es justo reconocer los miles de maestros y niños que día a día se esfuerzan por enseñar y por aprender.