Los datos más recientes de la economía mexicana muestran que el 2019 cerró con una contracción de 0,1 por ciento. Esto quiere decir que la segunda economía de América Latina, después de Brasil, no despega y que se ha reducido en cinco de los últimos ocho trimestres.
Este comportamiento del PIB azteca marca un desempeño pobre de la economía durante el primer año del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, también llamado AMLO. De hecho, los pronósticos del Banco de México sobre el crecimiento para 2020 están a la baja y muchos analistas prevén la continuación de esta situación de estancamiento y de debilidad de la industria.
Estos números del PIB no se compadecen con las ambiciosas promesas en infraestructura que López Obrador ha anunciado. Están sobre la mesa la construcción de una multimillonaria refinería, un aeropuerto, un tren turístico para impulsar el desarrollo en la península de Yucatán y otras obras orientadas a dinamizar regiones pobres de México.
Más allá de las críticas o de los problemas técnicos que esas megaproyectos puedan despertar dentro de técnicos y entes financieros, lo cierto es que, con un economía estancada y en el borde de la recesión, es muy difícil no sólo que los inversionistas privados entren a estas obras sino también que las pueda costear el Gobierno.
Si bien la economía no da muestras de dinamizarse, la administración López Obrador continúa tanto con programas sociales como con unos altos índices de respaldo popular. No obstante, no fue la fragilidad económica la que golpeó la favorabilidad de AMLO sino su reacción a una serie de feminicidios en el país, que muchos calificaron de insensible.
Con el crecimiento en cero, las inversiones y el empleo en puntos bajos y la confianza empresarial cayendo, el mandatario necesita una reactivación rápida de la economía.
Hay esperanzas en el nuevo NAFTA con Estados Unidos pero no será suficiente para México.
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