Aunque parezca un poco exagerado, cuando las gentes conocen ese espacio geográfico localizado al norte de América llamado Canadá, no se cansan de ponderar sus bellezas naturales y el orden, la pulcritud y la eficiencia como se administra ese territorio pequeño en población, pero rico en recursos naturales, por un Estado soberano cuyos gobiernos y partidos políticos cumplen sus tareas con reconocida transparencia dentro de un modelo federal de tipo parlamentario.
Allí el ‘Gobierno en la sombra’ desarrolla sus funciones de partido oficial de oposición y la interacción entre el legislativo y el ejecutivo ha logrado evitar, hasta el momento, la concentración del poder, gracias a los pesos y contrapesos del sistema democrático, esos que ahora parecen estar en riesgo principalmente por el creciente blindaje gubernamental en cuanto a información que el Parlamento y los ciudadanos tienen derecho a conocer.
Si bien se suele decir que en Canadá no sucede nada y por eso poco se habla de él, parece que en los tiempos que corren sí se empiezan a registrar cosas que pueden cambiar el curso de los acontecimientos de esa nación.
No cabe duda de que ha sido admirable el manejo dado a la crisis mundial que ha impactado en forma tan negativa a su poderoso e importante vecino del sur, a la Unión Europea y a Japón, países que representan más de la mitad de la economía mundial; sobre eso no hay discusión.
Con todo, de manera simultánea –en opinión de mi gentil amigo N. H. Parra–, se están produciendo cambios del modelo de un estado liberal social, similar al Estado de bienestar de la socialdemocracia europea, a uno en el que se asoman signos autocráticos con proyecciones hegemónicas y programas de gobierno de clara estirpe neoconservadora, calcados hasta en las leyes.
Para sostener este punto de vista, alude a que el primer ministro Stephen Harper, de gobernar en minoría durante casi cinco años, preside desde mayo pasado un gobierno mayoritario, por lo que el título del libro de Lawrence Martin, Haperland, The Politics of Control (Viking Canadá, 2010) pasa a ser una realidad, a pesar de que sea terreno sembrado parcialmente de incertidumbres, sospechas y hasta pronósticos que de cumplirse podrían cambiarle la fisonomía política al país.
El inesperado triunfo conservador, la estruendosa e histórica derrota del Partido Liberal bajo la dirección del académico Michael Ignatieff, como que él mismo perdió su curul y los promisorios resultados del recientemente fallecido Jack Layton comandando el New Democratic Party, hoy Partido Oficial de Oposición, ha roto la historia bipartidista canadiense y dejado libre al estilo político secretista y a programas basados en valores conservadores que propugna el Primer Ministro.
Me ocupo de este tema porque es pertinente saber cuál es el curso o el derrotero que marca el discurrir de un país con el cual tenemos firmados tratados que revisten especial importancia para nosotros.
El liderazgo conservador en una nación democrática deja claro que, al menos por los próximos años, el manejo de la política canadiense y en su consecuencia de su economía va estar bajo el control casi que hegemónico del PC, mejor dicho de Stephen Harper, lo que induce a reflexionar, ojalá con la debida iluminación, sobre la suerte de esa nación ejemplar.
No es que desconfíe de la vocación democrática de los conservadores, pero no sobra estar cerca de los acontecimientos.