La búsqueda de la felicidad, uno de los derechos que inspiró el actualmente contrariado sueño americano; una consigna que parece reactivarse conforme se reconoce la necesidad de indicadores alternativos y holísticos (Gross National Happiness, Oecd Better Life), para diseñar políticas y estrategias con sentido progresista.
Como enfoque metodológico, la praxeología identifica escalas de valores que permiten priorizar elecciones, cuya preferencia y satisfacción evoluciona con nuestras aspiraciones y experiencias, configurando funciones de utilidad (marginal). Al respecto, Kahneman -nobel por sus contribuciones a la economía del comportamiento, basadas en la influencia del juicio y la incertidumbre en la toma de decisiones- ha formulado críticas a las tradicionales encuestas de bienestar o felicidad, objetando que sus respuestas confunden estados de ánimo, temporales y efímeros, cuya medición puede estar distorsionada o sesgada.
Pese a esta objeción, con base en la premisa ‘en qué gastas importa tanto como la cantidad’, diferentes ideas exploran la relación entre el tiempo dedicado al trabajo, la productividad laboral, y la satisfacción personal. Como antecedente, recuerde que la jornada estándar (horas*días) se redujo desde la revolución industrial (16*7, sin descanso) hasta los albores del siglo pasado (8*5, descanso ininterrumpido): una tendencia desviada por el abuso del downsizing (reducción de costos mediante eliminación de empleos) y el contraintuitivo impacto de la tecnología (mal utilizada).
Condicionados por esto, no disponemos tiempo para trabajar con calidad. De hecho, presionados por la deformación de lo urgente, ignoramos la productividad renunciando a planear y coordinar, servir y cooperar, aprender e innovar, e incluso descansar.
Promesa incumplida o paradoja modernista, aunque parece que hacemos mucho avanzamos poco. La jornada regular se dedica a atender crecientes flujos de retrabajo, correos y formatos, reciclar presentaciones y atender sempiternos e inefectivos comités, mientras la actividad misional se difumina en horarios extendidos: un problema de cultura y gestión, el cambio de nuestra relación con el tiempo, el trabajo y su contexto (confundiendo ubicuidad con teletrabajo).
Con estas consideraciones, para mitigar las causas y costos del colapso ocupacional, Francia restringió el intercambio de mensajes hasta las 6 p.m.; Carlos Slim propone comprimir la jornada y los países nórdicos reducirla -lo que probó con éxito Keith Kellogg en la Gran Depresión; la región Benelux decretó periodos sabáticos (time-credit, idea recientemente adoptada por Richard Branson), e incentivos al desplazamiento en bicicleta para estimular el ejercicio y reducir el tiempo perdido por tráfico.
Considerando que el promedio de horas trabajadas per cápita en la Ocde es de 1.765 (33 por ciento menos que nuestro reporte oficial), la Comisión de Concertación de Políticas Laborales tiene espacio para explorar alternativas que potencien empleabilidad, productividad y balance vida-trabajo, pues las experiencias más inspiradoras no se concentran en el salario (mínimo). Ajustadas la edad de jubilación y esperanza de vida, parece necesario transformar significativamente nuestros enfoques de gestión para encontrar tiempo perdido, productividad y felicidad.
Germán E. Vargas G.
Catedrático
gevargas@gmail.co