Mientras la Unión Europea anuncia medidas para prohibir el uso de artículos plásticos con uso singular, y la Nasa experimenta con el RemoveDebris la recolección de desechos de la órbita terrestre, Bogotá ignora la emergencia sanitaria del relleno Doña Juana.
Es consabido que los colombianos somos cortoplacistas. En el caso capitalino, el sabotaje populista condicionó la adjudicación de los contratos de recolección de basuras, y desvió nuestra atención de los problemas estructurales: el volumen y la naturaleza de las basuras, derivadas de la creciente presión demográfica, y la irresponsabilidad ambiental de los productores y consumidores.
Sin embargo, este diagnóstico no se circunscribe a nuestras fronteras. De hecho, representa una amenaza material para Norteamérica y la Unión Europea, a quienes el año pasado China notificó, ante la Organización Mundial del Comercio, que restringiría la importación de sus basuras. Emergente y basurero, ese país absorbió más del 60 por ciento de las basuras producidas en el planeta en el 2016, y esa medida de choque responde, entre otras razones, a la inadecuada ‘limpieza’ con la que reciben esa mercancía, que contiene materiales no reciclables e incluso tóxicos, que encarecen su tratamiento y acentúan su potencial contaminante.
Lo antedicho puede ser una sorpresa para quienes tienen la concepción de una perfecta disciplina de reducción, reutilización y reciclaje de residuos en esos bloques económicos, calificados como desarrollados, que ahora buscan en Vietnam, Indonesia e India, destinos sustitutos para exportar sus basuras. Como ciudadanos del mundo, no deberíamos seguir actuando con indiferencia y negligencia ante este problema. Por ejemplo, frente al colapso de los rellenos, nuestra alternativa no debe ser tirar desechos al espacio, y menos al mar, orígenes de la vida, pues ya han sido descubiertas islas de basura en el Pacífico: ese no es el nuevo mundo que deseamos legar a nuestros descendientes.
Ese desprecio por la sostenibilidad se refleja en la cadena de valor de las basuras, cuya rentabilidad contrasta con el desdén que generan las ocupaciones que se derivan. Al respecto, Utopía para realistas (Bregman, 2017) compara los efectos de una huelga bancaria con otra de recolectores durante el siglo pasado. En aquel entonces, y aún ahora, convengamos que la mayoría de nosotros podría vivir sin los sobrevalorados y arrogantes bancos, ¿verdad?
Retomando, la Unión Europea no estaba preparada para la barrera de ingreso que impuso China a sus basuras, y, aunque solicitó un periodo de transición quinquenal, apenas logró postergar la entrada en vigencia de la medida, de modo que la urgencia dejó en segundo plano el impacto de la incineración y disposición de rellenos sanitarios, así como la imperativa reducción de basuras, que es lo importante, y a lo que Theresa May dejó en espera hasta el 2050.
Reciclando el problema en Colombia, el gobierno Santos no debería haber utilizado los impuestos a las bolsas y el carbono para maquillar el hueco fiscal.