La reacción de los brasileños ante sus persistentes problemas internos, comparables a los nuestros, me invita a cuestionar la conveniencia de celebrar el ingreso de Colombia a la Ocde; logro que no parecía fácil e inmediato, según sus antecedentes.
De hecho, las restricciones del escenario recesivo y los desesperados esfuerzos por superarlo deberían permitirnos distinguir si esto fue resultado de una clasificatoria o eliminatoria; para ilustrar este contraste semántico, considere el mundial de fútbol, en el que no necesariamente participan las mejores selecciones o jugadores.
Entonces, necesitamos ser conscientes de nuestra realidad, sincerando el diagnóstico, pues no hemos logrado sustentar y acelerar niveles relevantes de crecimiento y desarrollo.
Por ejemplo, la desindustrialización, sin una auténtica modernización de la economía, como momentum de transición ha profundizado el rezago en empleabilidad y productividad, y ha estimulado la tentación del proteccionismo, que compite por recursos notables con las verdaderas prioridades en formación –más allá de capacitación– e I&D+I.
Lo anterior implica reflexionar sobre nuestro verdadero propósito ante la Ocde, comprender sus riesgos y delimitar sus palancas de oportunidad.
Es el caso de la etiqueta ‘mejores prácticas’, mientras abundan evidencias de cómo muchas de las empresas más admiradas y las economías más poderosas han defraudado y contagiado a la sociedad.
Pese a compartir principios, como sucede con el Pacto Global, los instrumentos y resultados de la Ocde no son coherentes con los supuestos de confianza, bienestar y aprendizaje, pues promueven con insistencia el modelo neoliberal, incorporando más de lo mismo en favor del crecimiento económico, e ignorando sus fallas y alternativas, en detrimento de los fundamentales del desarrollo sostenible.
Hago énfasis en esto, pues la innovación económica y social no parecen ser su prioridad, condicionando así el reconocimiento y la filiación, ante la aplicación de estándares que pierden pertinencia en el contexto de los emergentes; una paradoja que ha sido reforzada por las diferentes instancias multilaterales que representan la ‘armonización’ de esas políticas.
A riesgo de emular sin identidad, desafío la membresía en ese club de ricos, ahora empobrecidos, pero como sea, es mejor no estar excluidos de las roscas: cuanto menos, los criterios de permanencia en la Ocde representan una garantía para aprovechar temporalmente los privilegios de parecer un jugador de ‘clase mundial’, como atributo para sobrevivir a la deriva, ostentando grados de inversión, adornados de sellos de calidad –concepto cada vez más distorsionado–, pues nuestra confusión aspiracional y conformismo cultural no distinguen entre cabeza de ratón y cola de león.
De momento, hemos reencarnado de ‘Colombia es Pasión’ hacia al ‘Riesgo es que te quieras quedar’; ahora esperemos que el realismo mágico de esta época de aparente prosperidad no se quede en simple espejismo, y no nos contentemos con haber sido aceptados, y luego eliminados en primera ronda.
Como siempre, el vaso está medio vacío o medio lleno; nuestra visión y actitud hacen la diferencia, en un país que es potencial para hacer realidad. Por esto, la respuesta sí puede ser Colombia.
Germán Eduardo Vargas