Una frase atribuida a Napoleón sugiere que, si desea que los problemas nunca se resuelvan, cree “misiones”; ese error lo reitera Duque, una y otra vez, certificando que su elección fue advenediza o superflua. Improvisando asociaciones e interpretaciones, el experimento colombiano registra más de 76.000 repeticiones desde el día de declaración de independencia, y menos desde que le otorgaron algún grado de Libertad (y Orden). Invariable, valida el Teorema Dorado (Ars Conjectandi, 1713), conocido como Ley de los Grandes Números por Poisson.
Este científico propuso una distribución de probabilidad que, quizás, alguna mañana descifrará la normalidad de nuestras rarezas; su apellido, además, tiene proximidad con una palabra que traduce “veneno”, aquella sustancia capaz de producir “graves alteraciones funcionales”, “daños morales” o “sentimientos negativos” (RAE).
Inconsciencia colectiva, el arquetipo del “doctor” encarnó nuestra “democracia representativa”; también la “tecnocracia subcontratada”, PhD en “misión”: piense en aquel progresista de la Universidad Nacional que incrementó el IVA, para la equidad y la competitividad tributaria, o la supraconstitucional Ley de Murphy, gracias a la cual nuestra Corte protege las viviendas valoradas sobre $900 millones, aunque la clase media del Dane gana menos de $2,2 millones.
Así no evolucionaremos hacia el socialismo participativo (Piketty). Comprendamos, entonces, nuestra Sabiduría Colectiva (The Wisdom of Crowds, 2004), contrastando su error de elección (preferencia) y proyección nacional (quién cree que ganará); breve digresión, esto lo descubrió un primo de Darwin.
Para mejorar nuestra predicción, necesitamos diversidad e independencia; la primera condición diverge de las “misiones” convocadas por Duque (y Santos), compuestas por muestras homogéneas que satisfacen el criterio de conformidad gubernamental, o filiación a determinadas cofradías académicas y cúpulas gremiales.
El condicionamiento, para la segunda, fue evidente cuando “ordenaron” el Sistema de Competitividad e Innovación (Decreto 1651/2019), ignorando principios sistémicos -como sucedió con aquel caótico “sistema integrado” de Bogotá-, y excluyendo al microempresario e insignificante ciudadano, porque este buen gobierno es tecnócrata y corporativo: “notifíquese y cúmplase”.
Aminoraron al colectivo, y su poder prospectivo. Igual, es “complejo” alinear a tantos “sabios” en tanto “articulito”; cada misión publica sofisticados documentos –no necesariamente pertinentes–, la descoordinación empobrece su implementación, y el borrón –y cuenta nueva– impide su consolidación como “apuestas” de Estado.
Seguimos sin ponernos de acuerdo en lo fundamental, ignorando el reverso del conflicto –dignidad, equidad y sostenibilidad–, e imponiendo esa Lógica de la Acción Colectiva (Olson, 1965) que privatiza los bienes públicos, mientras la mayoría considera tan absurdo su esfuerzo, como invisible su contribución y beneficio.
Duque se vanagloria de haber construido un programa electoral, de manera participativa; también su Plan de Desarrollo, y ahora la Conversación Nacional. Entre tanta muchedumbre, elección y algocracia, “misión” imposible, Colombia es menos que la suma de sus millonarios, doctores, empresarios, estudiantes y pobres.
Germán Eduardo Vargas
Catedrático
german.vargas@uniandes.edu.co