La crisis financiera que se manifestó en el 2008 fue caracterizada por todos los analistas como un grave problema de desregulación ante el poder de manejo de los mercados del sistema, que abusó de su posición dominante de mercado. En esas condiciones, ante la imperfección de la información existente, era imposible que se generaran condiciones de equilibrio en la oferta y la demanda de sus productos.
La mal denominada crisis de los subprimes no era más que la ‘punta del iceberg’ de la crisis en la economía real, y en los sectores productivos de los bienes y servicios. Era claramente la manifestación de cómo la economía real no se correspondía con las falacias que se habían planteado por un sistema especulativo sobre la verdadera situación de la economía financiera.
Mientras se mantuvieron altos los precios de los commodities, los países exportadores y, en nuestro caso, los latinoamericanos, manifestaban que se encontraban blindados contra las crisis. Los economistas del establecimiento se mofaban de los expertos que advertían sobre la ‘enfermedad holandesa’, que implicaba el deterioro de los sectores diferentes a los de los commodities.
Gastaban a manos llenas, importaban sin control y, simultáneamente, ingresaban importantes montos de inversión extranjera (directa y de portafolio). Se era relativamente laxo con la política monetaria y se mantenían los niveles de inflación de acuerdo con las proyecciones de los bancos centrales: un comportamiento miope y cortoplacista que solo ahora es evidente.
Dicen que el ‘peor ciego es el que no quiere ver’: bajaron dramáticamente los precios de los commodities y, las cuentas externas, tanto en la corriente como en la de capitales, afectaron el comportamiento de la balanza de pagos. La tasa de cambio se devaluó exageradamente, no disminuyeron las tasas de interés y se produjo un rebrote en la inflación.
Tardíamente, nos lamentamos de no haber invertido en los sectores productivos de bienes y servicios con incorporación de progreso técnico y valor agregado. Se habla de reindustrializar. Lo que no tienen en cuenta es que el capital no es plastilina y que las máquinas no se convierten automáticamente en dinero, ni el dinero en capacidad productiva.
Hay que recorrer un largo trecho para recuperar nuestra capacidad instalada, sustituir importaciones y exportaciones y olvidarnos de los precios del petróleo, por lo menos en el mediano plazo. El mercado interno se convierte en esencial para el desarrollo, las exportaciones a los vecinos son parte de la solución y muestran la necesidad de fortalecer la integración latinoamericana.
Pero bueno, lo positivo es que ya sabemos que nos equivocamos. Lo complejo es que tenemos que comenzar la construcción de nuestro desarrollo sostenible a más tardar mañana. Lo malo, vamos que tener que buscar los recursos hasta debajo de las piedras y con una alta dosis de sacrificio. Lo feo: los que ganaron en los últimos años nada retornarán. Ellos son intocables, especialmente los sectores financieros.
Germán Umaña M.
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com