Yo no entiendo. Se acaba el 2018, estamos a 13 de diciembre y, en sana lógica, deberíamos estar preparándonos para celebrar las fiestas navideñas en compañía de nuestros seres queridos y deseándonos paz y prosperidad para el siguiente año. Pero no, los acontecimientos nacionales e internacionales nos niegan el justo descanso, nos quitan el sueño y nos obligan a estar en un estado de alerta permanente.
Qué vamos a hacer cuando los más antiguos estábamos satisfechos y a punto del retiro, puesto que llegaban al poder los más jóvenes y los más capaces, con ilusión de futuro, creíamos que traían las soluciones que los viejos no fuimos capaces de formular y aplicar.
Pero no, mis principales ejemplos: los de Francia y Colombia, se encuentran en dificultades, uno por lo que hizo y, el otro, por lo que ha dejado de hacer. Los problemas de la desigualdad, del aumento de los precios en los productos básicos y el desconcierto de los que al final de su vida se enteran de la pérdida de los derechos adquiridos, así como de aquellos que ya se enteraron que nunca los tendrán.
Me he vuelto inseguro. Y, es que las paradojas son abundantes. El joven y adolescente presidente Trump haciendo la pataleta navideña, que solo superará si le dan su chupeta (un muro, eso sí pintado de blanco), amenazando con cerrar y no financiar a su propio gobierno. Una ley de financiamiento que al final parecería que se aprobará entre gallos y medianoche el día del silencio de los inocentes, en la que el punto de partida será la necesidad ineludible de una nueva reforma tributaria, con más impuestos, a más tardar en dos años.
Y, en los primeros días de enero, aviones rusos cargados no de regalos navideños, ni medicamentos, ni alimentos, ni ilusiones, sino de armas y pertrechos para apoyar la profundización de la crisis con la posesión, para muchos ilegítima e ilegal, del presidente de Venezuela. La continuación de la justa protesta estudiantil, cuando ya sabemos que el dinero para el financiamiento de sus demandas existe, pero el gobierno decide que mejor no. ¿Por qué no? No sabemos.
Y, la incertidumbre de estar ad portas de una crisis financiera, que se solucionará sin problemas si logramos ocultar la ‘verdad verdadera’ de Oderbrecht y toda su corrupción. Pero no hay que preocuparse, esas situaciones siempre se han resuelto en todos los países con salvamentos que provienen del presupuesto nacional, es decir con mayores impuestos. Toda la sociedad pagando por las pérdidas de los más pudientes que nunca serán pobres.
Avianca, en Brasil, acogiéndose a la ley de quiebras, pero eso nada tiene que ver con la misma empresa en Colombia, las compañías no son las mismas jurídicamente, pero el dueño es el mismo. No preocuparse. Y, en la Unión Europea nada que se resuelve lo del brexit. El antiguo imperio jugando a que todos pierdan, pero eso sí, intacta la flema, el orgullo y el humor negro de los británicos.
No sigo, me faltan muchas cosas. Sin embargo, hay que dejar temas para el análisis del incierto futuro. No sé qué decirles: tal vez que cierren los ojos, no piensen: sean felices. Abur, abur, y hasta otra vez.
Germán Umaña Mendoza
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com