Olivos y aceitunos, todos son unos. Los populismos de izquierda o de derecha que se manifiestan en el continente americano parecen condenar a sus ciudadanos a la incertidumbre sobre lo que puede ocurrir en el inmediato futuro, especialmente con respecto a la estabilidad de sus democracias.
En Estados Unidos el poder ejecutivo se comporta como la ‘loca de la casa’ y ha pretendido imponer las relaciones bilaterales con el planeta, negando cualquier regla, acuerdo institucional o multilateral que hayan suscrito, tanto en lo político como en lo comercial y lo ambiental. Hasta ahora, el mundo desarrollado observa, espera y todavía no desespera. Los países en desarrollo, con raras excepciones volvieron a la tradición y responden juiciosos y afirmativamente a las imposiciones del patrón.
Fíjense, la derecha más recalcitrante logró cooptar la Corte Suprema en Estados Unido. Espanta pensar en lo que eso significará no solamente en relación con el retroceso de los derechos de las minorías y la política migratoria, sino, en general, en todo lo relativo al cumplimiento de los derechos humanos (dentro y fuera de Estados Unidos), así como la promoción de un capitalismo salvaje que atente contra la sostenibilidad del desarrollo y la conservación de los ecosistemas en el mundo.
Y, ¿qué pasará, si definitivamente en las elecciones de noviembre triunfan los republicanos en la Cámara y el Senado y, concretamente, Trump? No se engañen, el círculo se cerraría y el peligro para la subsistencia del modelo democrático estadounidense sería inminente. Y, en pocos meses tendremos un sistema de corte similar en el país más importante de Suramérica: Brasil.
En la orilla opuesta, los populismos autodenominados de izquierda, que tanto daño han hecho a sus ciudadanos y que se apropiaron de todas las ramas del poder público, promoviendo la corrupción, la crisis económica, la represión, la violación sistemática de los derechos humanos fundamentales, que condenan a sus pueblos al aislamiento, que provocan la salida de sus ciudadanos por la violencia política y económica. Cuando esos gobiernos se caen por su propio peso o como resultado de la presión nacional e internacional, es triste ver cómo el péndulo gira al otro extremo y, en muchos casos, hacia el otro populismo: el de las extremas derechas.
Y ¿cómo les va por su casa? ¿Mejor guerra que paz? ¿Preferible la impunidad sin ninguna justicia que justicia transicional y verdad? ¿Será bueno no restituir las tierras a las víctimas de la violencia política y, a partir de ahora decidir que la carga de la prueba estará a cargo de ellos y no de los despojadores? ¿Será conveniente fumigar indiscriminadamente con glifosato para darle a la población y al ecosistema quimioterapia anticipada? ¿Negar los ‘delitos de lesa humanidad’ para no condenar jamás a los delincuentes de cuello blanco? ¿Será mejor no conocer la verdad de nuestra tragedia de violencia? ¿Debemos mantener el modelo económico que profundiza la desigualdad? ¿Para los más pobres subsidios y devolverles el IVA de la canasta familiar con un carnet de la patria? Sí, parece cierto: olivos y aceitunos, todos son unos.
Germán Umaña M.
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com