Me decía un estudiante aventajado: profe, yo quiero ser macroeconomista. Fíjese lo agradable. Tengo que leer los desvaríos de los ‘gurús’, que con modelos o adivinando, que es lo mismo, nos dicen en cuánto estarán las tasas de crecimiento en la economía del mundo.
Por ejemplo, el ‘gurú’ mayor, el Fondo Monetario Internacional, al inicio de cada año predice qué va a pasar en las regiones y en los países. Cambia sus proyecciones hasta cuatro veces en un año, y al final ‘le pegan al perrito’. Yo quiero un puestico allí.
O, miembro de la junta directiva de cualquier banco central independiente, y más cuando la única función que me dan es la de controlar la inflación en tasas que ellos mismos fijan y modifican. Para cumplir con ese importante objetivo me otorgan el manejo de la política monetaria, decido la cantidad de dinero que habrá en la economía, el porcentaje de los encajes de la banca pública o privada, defino el nivel de las tasas de interés y compro o vendo las reservas internacionales.
Si acierto, soy el más grande economista, casi un genio. Si me equivoco, atribuyo el error a los gobiernos y a su pobre manejo de la política fiscal. Ninguna responsabilidad sobre el desempleo o el aumento de la pobreza, o la disminución en la demanda agregada. Tendré buen sueldo, buena jubilación y cuando me retire puedo dedicarme a pontificar y criticar qué hicieron mal mis excompañeros o sustitutos. ‘Y…, no hago más naa’.
O, alto funcionario de un ministerio de Hacienda: administro los dineros de la Nación, hago que el Congreso apruebe el presupuesto anual, decido a quién sí, o a quién no, le doy el dinero, recorto cuando no hay plata y gasto cuando sobra, nunca ahorro nada de los ingresos. Cuando necesite nuevos recursos siempre puedo proponer una ‘comisión de sabios’ y presentar una reforma tributaria.
Si me va bien, estoy de acuerdo con el FMI y las calificadoras de riesgo me premian, salgo en la prensa amarilla como el mejor funcionario. Si no resulta, pero fui acucioso con las recomendaciones de los organismos internacionales y calificadoras de riesgo, giro la puerta y me voy al exterior a pontificar sobre lo que se debe hacer y no hice. Participo bien pago en cuanta junta me propongan, seré asesor de multinacionales y espero que la gente olvide lo que ocurrió. La memoria es frágil. Y como los anteriores, ‘no hago más naa...’.
Eso sí, profe, nada que tenga que ver con la economía real. Imagínese que tenga que manejar un paro agrario, o una empresa manufacturera, o las peticiones de sacar trabajadores, o negar presupuesto a la salud, o a la educación, o a la cultura, o negarles licencias a las transnacionales mineras para defender el desarrollo sostenible.
No profe: yo quiero ser macroeconomista, con puesto público y sin responsabilidades por mis actos. ‘No quiero más naa’.
Germán Umaña M.
Profesor universitario
germanumana201@hotmail.com
Yo quiero ser macroeconomista
POR:
Germán Umaña Mendoza
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