Hoy se posesiona el nuevo Presidente del Perú. Un sector de la población liderado por las varias veces derrotada en democracia Keiko Fujimori, continúa sosteniendo su discurso de campaña, descalificando cualquier alternativa que no sea la suya.
Este sector no le otorga al maestro rural y ahora Presidente, señor Pedro Castillo, el más mínimo beneficio de inventario y simplemente se le tacha de Castro chavista y comunista así, una y mil veces, haya declarado que no lo es y propone al contrario un gobierno de unidad nacional.
De otro lado, un amplio sector de la población entre los perdedores, empieza a entender que primero se encuentra el Perú y, con escepticismo, se encuentra dispuesto a establecer un compás de espera y de colaboración, proponiendo un gran acuerdo nacional en el que se estaría dispuesto a participar. Desafortunadamente, esa propuesta hasta ahora no es dominante en el Congreso peruano.
Tuve el privilegio de vivir en el Perú entre los años 1988 y 1992, últimos dos años del gobierno de Alan García y los dos primeros de Alberto Fujimori. En ese entonces existía una polarización absoluta entre la población, con un actor que sería definitorio en el rumbo que tomaría el Perú: Sendero Luminoso y la necesidad de su derrota militar.
Se derrotó a Sendero Luminoso pero, simultáneamente, con esa estrategia también se justificó el abandono del cumplimiento de los derechos humanos y un golpe de estado que permitió el asalto a la democracia económica, un capitalismo salvaje, el aumento de la corrupción y, por supuesto, la instauración de una cuasi-dictadura.
Perú, posterior a la era fujimorista recupera su democracia y su economía, pero no logra tres cosas: fortalecer las instituciones democráticas, disminuir realmente la desigualdad, ni equilibrar las brechas regionales con el denominado ‘Perú profundo’.
Las propuestas de Pedro Castillo son incluyentes especialmente en lo económico, las cuales serían apenas normales en una democracia real: enfrentar las terribles consecuencias de la pandemia, proteger el trabajo y la producción nacional además de renegociar los contratos con los inversionistas de commodities especialmente de la minería, en la búsqueda de un equilibrio ambiental y social.
Por otra parte, aumentar en la participación del presupuesto público en el cumplimiento de derechos fundamentales como la salud, la educación, la generación de empleo digno y la disminución de la informalidad, la desigualdad y la exclusión.
Que logre o no esos objetivos en el marco de tan compleja situación está en veremos. Pero, preguntémonos con honestidad si es posible pensar en otros diferentes, no solamente en el Perú, sino en el resto de la América Latina. Estamos en nuestros países (por lo menos yo) hartos de los extremos y de las violencias ideológicas polarizantes, injustas, violentas y disociadoras. No parecería lógico continuar con un discurso de miedo y la promoción de la desinstitucionalización. Ojalá el Perú, mi Perú, se aleje de los extremos y permita nuevamente gobernar en democracia.
Germán Umaña
Profesor