Según los estudiosos del cerebro, en el proceso evolutivo se crean ‘senderos neurológicos’. Los hábitos crean y fortalecen las conexiones neuronales cada vez que se repite una acción. Ese sendero se vuelve dominante y es como una ruta automática en el comportamiento. El cerebro también desecha las neuronas que no utiliza, así como un ave se desprende de sus plumas.
Ojo: tus relaciones y tus acciones configuran tu cerebro en una labor de escultura. Cuanto más repites una acción positiva o negativa, más refuerzas el hábito correspondiente. Las primeras experiencias de la infancia marcan un camino, pero se pueden lograr cambios con persistencia. Si repites cada día una acción por un mes, ya tienes un hábito en ciernes. Solo sigue practicando con decisión, determinación y sin tregua. De ti depende ser esclavo de hábitos negativos o mejorar tu vida con buenos hábitos. Dime cuáles son tus hábitos y te diré quién eres.
En su precioso libro El Principito, Antoine de Saint Exupery enfatiza cómo, por no crear el hábito de extirparlos, los baobabs destruyen el asteroide: en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas y semillas buenas y malas. Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una se le antoja despertarse. Entonces se estira y extiende tímidamente hacia el sol una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar crecer como quiera, pero si es una maleza, hay que arrancarla en seguida, en cuanto se le pueda reconocer. Ahora bien, había unas semillas terribles en el planeta del principito... eran las semillas de baobab. El suelo del planeta estaba plagado de ellas. Y de un baobab, si uno se deja estar, no es posible desembarazarse nunca más. Obstruye todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño, y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar. Es cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Después de terminar la higiene matinal, hay que hacer con cuidado la limpieza del planeta. Hay que obligarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se los distingue de los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes. Es un trabajo muy fastidioso, pero muy fácil.
Y un día me aconsejó esforzarme en lograr un buen dibujo, para meter bien esto en la cabeza de los niños. Si algún día viajan, me decía, esto les puede servir. A veces no hay problema en dejar el trabajo para después. Pero con los baobabs, es siempre catastrófico. Conocí un planeta habitado por un perezoso. Había ignorado tres arbustos... Y con las indicaciones del principito, dibujé el planeta en cuestión. No me gusta adoptar un tono moralista. Pero el peligro de los baobabs es tan poco conocido y los riesgos a correr tan considerables, que por una vez hago excepción a mi reserva. !Niños, tengan cuidado con los baobabs! Es para advertir a mis amigos sobre este peligro cercano, desconocido para ellos, tanto como para mí. La lección brindada bien valía la pena. Ustedes se preguntarán quizá: ¿por qué no hay en este libro otros dibujos tan grandiosos como el dibujo de los baobabs? Cuando dibujé los baobabs estuve animado por un sentimiento de urgencia.
Nota: leer esto de nada sirve si no sacas tiempo para examinar tus hábitos y haces cambios valiosos que dependen de una transformación de actitud y de asumir compromisos.