Es estimulante volver sobre las afirmaciones de Íngrid Betancourt, en una patria que necesita desterrar el odio y perdonar de corazón: "Yo bendigo a mis enemigos, porque eso nos lo pidió Dios. Creo que hay que bendecir a los que nos hacen daño y al hacerlo uno se fortalece. El odio es un sentimiento que le hace daño a uno mismo. Nos quita dignidad y grandeza. Es como una cadena".
También hay agua fresca y sabiduría en estas otras frases de una mujer tan coherente y con un alma acrisolada en la escuela del dolor:
- "Los golpes nos hacen crecer mucho más que las victorias. Estoy convencida de eso".
- "Si uno quiere la paz se la tiene que merecer y, por tanto, tiene que tener una actitud de paz".
- "Hice un esfuerzo espiritual para ponerme en paz conmigo misma y con Dios y aceptar todo, incluso la muerte".
- "Debemos revisar nuestra actitud y que en los corazones haya menos indiferencia y mayor tolerancia".
De otra parte, la prensa nacional e internacional ha elogiado la labor humanitaria del enfermero de Íngrid en la selva. El cabo William Pérez fue su ángel en semanas críticas, y la devolvió a una vida de la que ella quería despedirse. No solo la ayudó con las medicinas, sino que le dio alientos para vivir y desechar la idea loca del suicidio.
Los diez años y cuatro meses que estuvo secuestrado, no aminoraron su fe ni su afán de servir a sus compañeros de cautiverio. Este gran ser humano auxilió incluso a sus captores ante males como el Paludismo, la Leishmaniasis, las diarreas y otras plagas.
El cabo William Pérez es uno más de los millones de colombianos buenos, formados para hacer el bien. Cómo es de reconfortante escucharlo decir: "El secuestro me dejó más cosas positivas que negativas. Ahora valoro más la vida, la familia, los amigos y todo lo bueno. Creo que todo pasa por algo y para algo, y que hay una misión en la vida".
La verdad es que nunca te rindes cuando unas convicciones firmes y unos principios bien arraigados son tu baluarte. Puedes flaquear y tener bajonazos, pero vuelves a levantarte y mantienes viva la llama de la fe. Y eso es lo que se transluce en las confesiones de los soldados y los policías rescatados hace poco.
Algunos soportaron la pesadilla del secuestro y el maltrato ocho o diez años, sin renunciar a sus convicciones.
Y su ejemplo hay que elogiarlo y exaltarlo, porque hay dirigentes estudiados, que sin pudor negocian hasta el alma.
Para mí, ha sido super motivante ver salir a estos compatriotas con la frente en alto y la conciencia intacta. Más de una vez oí decir a algunos: "Esos ya se pasaron a la guerrilla y deben estar haciendo lo mismo".
Dios mío, con que frescura se lanzan tantos juicios despiadados y cuanta falta nos hace actuar con un buen corazón. ¡Buena por nuestros soldados y policías. Su ejemplo es un regalo para todos.
Valiosas lecciones
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Gonzalo Gallo González
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