Gran despliegue, como era de esperarse, ha tenido en los medios de comunicación –escritos, hablados y virtuales– la reunión de presidentes, llevada a cabo recientemente en Cartagena, que concluyó con la firma y ratificación de la llamada Alianza del Pacífico. Este acontecimiento nos trae a la memoria, a los que tenemos ya unas cuantas décadas de juventud acumulada, la euforia y el entusiasmo que a finales de los años 60 enmarcaron la creación del Pacto Andino, considerado para ese entonces el fenómeno de integración comercial y económica más prometedor, a la altura del ya consolidado –en ese momento– Mercado Común Europeo (Alemania, Francia, Italia y Benelux).
Esa memoria nos recuerda que en mayo del 69, y también en la muy ilustre ciudad de Cartagena, se reunieron los presidentes de Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú, y estamparon su firma para formalizar el acta de nacimiento del Grupo (Pacto) Andino. Igual que ahora, las perspectivas y, sobre todo, las expectativas fueron enormes y los áulicos del proceso consideraron que la historia de este grupo de naciones, se había partido en dos.
En honor a la verdad, además de pertenecer al llamado tercer mundo, el elemento común más destacado era su origen bolivariano, como reconocimiento al papel histórico que el libertador Simón Bolívar desempeñó en la conquista de la independencia por parte de este grupo de naciones. En el caso de Chile, la influencia benéfica del Libertador no fue in situ, pero sí determinante en la gesta libertadora del héroe chileno Bernardo O’Higgins.
Ahora bien, desde el punto de vista de las realidades económica y, especialmente, política, fueron más las diferencias que las coincidencias. De hecho, las mismas reglas de juego reconocieron de entrada un tratamiento preferencial para Ecuador y Bolivia, por considerarlos países de menor desarrollo relativo. La supuesta homogeneidad entre ellos no era tan evidente como se hizo creer y ahí empezaron las dificultades y tropiezos que, con el paso del tiempo, se hicieron insalvables. El momento más crítico en la decantación (desinfle) del proceso integracionista ocurrió en octubre de 1976, cuando Chile, ya bajo la férula de Augusto Pinochet, decidió dar un paso al costado y retirarse del Pacto. El argumento fue básicamente uno: hacer integración con países menos desarrollados (más subdesarrollados o abiertamente pobres) no tiene lógica y a lo único que conduce es a frenar el propio desarrollo. Duro reconocerlo, pero aparentemente la historia se encargaría de darle la razón al oprobioso gobierno de Chile.
De este modelo integracionista –además del recuerdo– solo subsiste el vilipendiado Parlamento Andino, que nadie sabe para qué sirve, pero cuya composición los colombianos estamos en vísperas de renovar en los próximos comicios electorales.
Hoy, la Alianza del Pacífico recupera a Chile, reemplaza a Bolivia y Ecuador por México y deja por fuera, por razones obvias, a Venezuela (miembro tardío y efímero del Pacto). Quiera el destino que su futuro sea muy diferente (mucho mejor) que el pasado de su ‘progenitor’. De los errores y crisis del pasado se debe aprender y reflexionar.
Para terminar, un gran reparo: si el factor regional aglutinante es el Pacífico, ¿por qué el Gobierno colombiano, para la fiesta de inauguración, privilegió a Cartagena –ubicada en el mar Caribe– y despreció a Buenaventura o Tumaco? ¿Nos avergonzamos de los niveles de pobreza y atraso que históricamente han aquejado a estas poblaciones?
c
Profesor de la Universidad del Rosario
gonzalo.palau@urosario.edu.co