El Diccionario de la Real Academia define mamotreto como: “libro o legajo muy abultado, principalmente cuando es irregular y deforme”. Parodiando al maestro León de Greiff, nada más apropiado para describir el estatuto tributario de nuestro país. A fuerza de hacerlo crecer de manera arbitraria se ha convertido en un monstruo de mil cabezas, desordenado, farragoso y en muchos aspectos inútil. Pareciera que cada gobierno y cada Congreso sintieran orgullo dejando a su paso la mayor cantidad posible de adiciones tributarias creativas.
Esa creciente prolijidad de los gobernantes y los legisladores es negativa para el país y para los ciudadanos, en muchos aspectos. En primer lugar, porque genera confusión, dando lugar a frecuentes conflictos, que no sólo estimulan las equivocaciones, sino que resultan costosas. Para el Estado, porque pierde muchos pleitos y porque las normas farragosas y confusas aumentan las dificultades para vigilar el cumplimiento de las obligaciones por parte de los ciudadanos. Cuantas más arandelas y requisitos se exija a los contribuyentes, más dificultades tiene la Administración para ejercer una adecuada vigilancia.
Además, los procesos de formación de las leyes tributarias no siempre son transparentes. Al lado de los parlamentarios frecuentemente están presentes los consabidos lagartos, que buscan meter o sacar un determinado artículo que beneficia a alguien que pagó por el favor. Con mayor razón si se trata de beneficios discrecionales, porque los mismos lagartos, que muchas veces fungen como expertos tributarios, se prestan para hacer el mandado ante los funcionarios encargados de concederlos. Remember Odebrecht.
El problema es creciente, porque cada uno de los nuevos gobernantes quiere pasar a la historia a través de una nueva idea o “ideota”. Cuando se trata de eliminar beneficios tributarios, que es el consejo de todos los expertos internacionales, ¿por qué no derogar las normas que los han creado, en vez de darles vueltas, tratando de confundir a los contribuyentes?. De esa manera se podría adelgazar un poco el monstruo, en vez de seguirle agregando cabezas.
Y de paso hacerle la vida menos tortuosa a los contribuyentes, sometidos a permanentes bombardeos de normas confusas, a veces excesivamente creativas. Si hay una reforma tributaria en ciernes, que sustituye o modifica múltiples normas existentes, ¿porqué no empezar a derogar las disposiciones que pierden vigor, en vez de establecer más modificaciones a las modificaciones, como es la costumbre que ha venido imperando? Existe una Normativa Inteligente de la Comunidad Europea, que bien vale la pena poner en práctica. Dice que: “…tiene por objetivo concebir y producir una normativa que tenga la mayor calidad posible, y que a la vez respete los principios de subsidiariedad y proporcionalidad y garantice que las cargas administrativas sean proporcionales a los beneficios que reportan”. Este mismo principio debería ser utilizado en todos los casos, si tuviéramos legisladores inteligentes.
Horacio Ayala Vela
Consultor privado.
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