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Ian Bremmer
coyuntura

Política disfuncional en Estados Unidos

La democracia del país está sitiada desde adentro.

Ian Bremmer
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Ian Bremmer

Hace treinta años, el imperio soviético se derrumbó, en gran parte porque muchos dentro de su órbita creían que la democracia al estilo occidental y el Estado de Derecho eran superiores al comunismo. La apertura y las sólidas instituciones políticas de Estados Unidos ganaron la admiración de millones de personas que querían vivir en un sistema político donde la legitimidad de un líder dependía de ganar elecciones competitivas, libres y justas.

En muchos sentidos, Estados Unidos sigue siendo la potencia dominante: ha sido bendecida con recursos naturales, su economía se mantiene dinámica, su sistema financiero es fuerte, sus tecnologías establecen estándares globales, su cultura popular aún inspira y su ejército puede proyectar poder en todas las regiones del mundo. En todos estos aspectos, las ventajas estadounidenses son incluso mayores que en 1990.

Pero su democracia se ha convertido en un triste espectáculo y sus aliados solo pueden estar consternados. No es solo que el actual presidente sea profundamente impopular: un promedio de encuestas establece el índice de aprobación de Joe Biden en el 39%, más bajo que de Donald Trump en el mismo momento de su presidencia. Tampoco es la gran derrota que se puede esperar que su partido sufra en las elecciones midterm de noviembre, gracias al aumento de la inflación, el crimen y la agitación en la frontera entre Estados Unidos y México.

El problema tampoco es un Congreso estancado, pues aún hay legislación avanzando, aunque la aprobación bipartidista de una (muy) modesta ley de reforma de armas y el posible progreso en un plan reducido para gastar miles de millones más en infraestructura muestran que los legisladores no han agotado todas las esperanzas.

Pero dos historias importantes están exacerbando las amargas divisiones políticas, socavando la integridad de las instituciones, encendiendo la furia en el país y activando las alarmas de los conflictos por venir.

En primer lugar, hay nuevas revelaciones sobre los últimos días de Donald Trump como presidente y las acciones de muchos de sus leales. Un comité encargado de investigar los disturbios del Capitolio el 6 de enero de 2021 ha descubierto pruebas claras, proporcionadas y corroboradas en muchos casos por miembros de la administración Trump de que el expresidente intentó diseñar un violento golpe de estado tras las últimas elecciones. Lo que no pudo lograr por medio del fraude, trató de lograrlo por la fuerza.

Sin embargo, nadie en Washington confía en que Trump o sus facilitadores serán legalmente responsables de esta insurrección y las encuestas actuales sugieren que Trump sigue siendo el favorito para ganar la nominación presidencial republicana en 2024. ¿Cómo pueden los estadounidenses esperar que el resto del mundo tome su democracia en serio cuando el 70% de los votantes republicanos no aceptan a Joe Biden como el presidente legítimamente electo, y muchos de ellos dicen que están preparados para respaldar a un hombre que intentó diseñar un golpe de estado en la televisión en vivo?

Hay razones para temer que las elecciones de 2024 provocarán una violencia mortal y hay un gran número de estadounidenses que rechazarán su legitimidad sin importar quién gane. Otra derrota de Trump, o de un candidato respaldado por él, conducirá a gritos de fraude aún más fuertes, y tal vez incluso a los esfuerzos de los funcionarios electorales estatales favorables a Trump para revertir el resultado de las elecciones.

Si Trump gana, los votantes que lo odian insistirán en que ganó manipulando el proceso electoral y mintiendo al pueblo. Los votantes de ambos lados acusarán a los del otro de elegir vivir en una realidad alternativa. Incluso si las elecciones primarias hacen a un lado tanto a Trump y a Biden en favor de caras nuevas, el problema de la legitimidad de las elecciones persistirá.

Pero mientras que los presidentes son elegidos solo por periodos de cuatro años, y sus críticos siempre pueden mirar hacia los próximos comicios, los jueces de la Corte Suprema son nominados y confirmados por periodos vitalicios, y ha pasado al menos medio siglo desde que el tribunal supremo ha despertado pasiones partidistas como lo ha hecho en últimas semanas.

Luego de la controvertida (e inusual) filtración a la prensa de un borrador de opinión inconcluso, la Corte Suprema votó el mes pasado para anular el precedente y revocar un caso de 50 años que garantizaba el derecho al aborto para las mujeres estadounidenses.

No hemos visto a tantos perder un derecho garantizado por un tribunal de esta magnitud en 150 años. Dos tercios de los estadounidenses se oponen a la decisión. Lo que es más importante: esta decisión genera un impacto político sísmico que dividirá la opinión en todo el país y dentro de cada uno de los 50 estados sobre uno de los temas más emotivos de la vida.Las encuestas sugieren que esta decisión socava aún más la confianza en la integridad del tribunal supremo, una institución que durante mucho ha disfrutado de un apoyo público mucho más amplio que los presidentes o el Congreso. La amenaza de violencia es real. En junio, un hombre de California fue acusado de intentar asesinar al juez de la Corte Suprema, Brett Kavanaugh. Los fiscales dicen que estaba enojado porque se le negaría el derecho al aborto. El hombre mismo dijo que temía que Kavanaugh relajara las leyes sobre armas.

En cualquier caso, los disturbios del 6 de enero ya han puesto de relieve el riesgo de que quienes cuestionan la legitimidad de las instituciones políticas estadounidenses recurran a la violencia. El Departamento de Seguridad Nacional ha alertado a la policía local y a las agencias de inteligencia sobre niveles sin precedentes de extremismo doméstico, de grupos tanto de derecha como de izquierda, y un estudio encontró que el apoyo para “participar en una revolución política, incluso si es violenta”, es históricamente alto entre los jóvenes en casi el 40%.

Con los dos partidos principales ahora dirigidos por hombres muy impopulares, y tantos temas candentes que desencadenan tanta ira pública y tantos desafíos a la legitimidad de las instituciones, el mundo tiene razón en temer que la democracia estadounidense, que una vez Ronald Reagan la describió como una “ciudad resplandeciente sobre una colina”, ahora está sitiada desde adentro.

Ian Bremmer 
​Presidente de Eurasia Group y GZero Media, y autor de ‘Us vs.
Them: The Failure of Globalism’.
@ianbremmer

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