Este año, en mayo, se adelantó en la ciudad de Hangzhou, China, una cumbre convocada por la Unesco, La cultura: clave para el desarrollo sostenible. El encuentro, que contó con la participación de miles de representantes gubernamentales y organismos internacionales se propuso reflexionar sobre los objetivos globales del Desarrollo que se discutirán después del 2015, cuando se evalúen las Metas del Milenio.
La Declaración de Hangzhou, que reúne el consenso logrado, contempla una serie de conclusiones que vale la pena resaltar. Por un lado, se expresa que la cultura debe ser integrada en todas las políticas y programas de desarrollo. Esto significa que la dimensión cultural de una sociedad no puede ser ajena al debate sobre políticas públicas, y que a partir de la cultura, como patrimonio material e inmaterial, se pueden profundizar cambios estructurales en la sociedad.
En segunda medida, se indica que la cultura debe ser un mecanismo para propiciar la paz y la reconciliación. Bajo este concepto, las oportunidades para el talento, la integración colectiva, la reinserción hacia una vida social libre de criminalidad, requieren de la cultura como factor integrador. El arte, la música, el teatro, el circo y otras expresiones son fuentes de empleo y dignificación personal.
Paso seguido, la declaración aboga por garantizar derechos culturales, aprovechar la cultura y sus derivaciones económicas para reducir pobreza, emplear los canales culturales para afianzar un comportamiento colectivo responsable con el medio ambiente y mejorar la gobernabilidad urbana mediante la cultura ciudadana, entre otros.
Por supuesto, estas declaraciones enunciativas suelen tener muchos críticos, que las consideran un simple saludo a la bandera. Pero, lo cierto es que la cultura y la economía creativa, la cual se deriva de las creaciones culturales, basadas en la propiedad intelectual, tienen datos contundentes que validan el alcance de la declaración.
La economía creativa, que incluye las artes y el patrimonio ancestral, las industrias culturales tradicionales como editorial, audiovisual y fonográfica, sumado a las creaciones funcionales, nuevos medios y software cultural, emplea globalmente más de 144 millones de personas, equivalente a la cuarta economía mundial, y es el noveno mayor exportador de bienes y servicios.
En el caso de América Latina y el Caribe, la economía creativa emplea 10 millones de personas, tiene el PIB del Perú y cerca de 19 mil millones de dólares en exportaciones. Sin ir muy lejos, las exportaciones creativas de Argentina superan las de carne de res, las de Colombia equivalen a las exportaciones de azúcar, y la de Brasil superan las ventas externas de café.
En Latinoamérica, debemos tomarnos en serio la declaración de Hangzhou, porque estamos sentados en un tesoro creativo que debemos expandir y convertir en un motor de oportunidad para las nuevas generaciones de nativos digitales. El enfoque debe ser que la economía creativa se convierta en un protagonista de la generación de empleo, las exportaciones, la inversión y la cohesión social.
Iván Duque Márquez
Autor del libro Pecados monetarios