En política, los demagogos son una especie muy peligrosa, principalmente porque suelen prometer lo que a conciencia saben que no van a cumplir. Adicionalmente, los demagogos prefieren apelar a los sentimientos populares para cumplir su objetivo electoral y después configurar o consumar la trampa, generando una amplia frustración en el electorado.
El gobierno Santos ha sido un claro ejemplo de demagogia. En la campaña del 2010, para ganar puntos, el entonces candidato Juan Manuel Santos dijo que podía escribir en piedra que no subiría los impuestos. Y ya llevamos casi cuatro reformas tributarias. Estas reformas se han traducido en un aumento del impuesto de renta a las empresas, por encima del promedio regional y mundial, y en el incremento del impuesto del IVA en una tarifa que agobia, cada vez más, a la clase media y a los menos favorecidos, sin resolver los problemas de fondo.
El presidente, también, anunció que tendría cinco locomotoras y, después de siete años, todas parecieran estar fundidas. En el 2014, de cara a su reelección, el mandatario prometió bajar la contribución a la salud de los pensionados del 12 al 4 por ciento. Y hoy no se cansa de decir, en todos los medios, que objetará esa medida promovida en el Congreso de la República.
Al sector agrícola, después de un paro que el jefe de Estado se negó a reconocer (“el tal paro no existe”), les propuso una gran asignación presupuestal, la cual se redujo sustancialmente para el 2017.
En la misma campaña, el presidente prometió 300.000 casas gratis para su segunda administración, las cuales se quedarán en letra muerta. Dijo que iba a desmontar el cuatro por mil. Le prometió a Buenaventura infraestructura e inversiones millonarias, y así ocurre con tantos y tantos sectores.
El Gobierno ha prometido que seremos la nación más educada, y el gasto en educación como porcentaje del PIB, que es de 4,6 por ciento, está por debajo del promedio de América Latina. Y la proporción de alumnos por maestro en nuestro país es de 25, mientras que en América Latina es de 16.
En su estilo demagógico, se les ofrecieron a los maestros importantes aumentos salariales e incentivos para capacitación, ascenso y una remuneración basada en resultados, todos propósitos sin consumar que han detonado en la feroz reacción de los docentes que completan casi un mes de protestas.
Lo grave de todo esto no es solo que se hubieran hecho promesas sin tener claridad cómo se cumplirían, sino que, en el mismo periodo, este gobierno se gastó los recursos de una bonanza petrolera extraordinaria de más de 60 billones de pesos.
Frente a la demagogia que genera exasperación y protesta social, debemos recuperar la confianza de la ciudadanía para entender que las promesas deben ser sustituidas por proyectos financiables, ejecutables y con debida planeación.
La diferencia entre un político demagogo y un político pedagogo es que el demagogo genera frustraciones y el pedagogo lidera un país de cara a un verdadero cambio.
columnista
Protestas y demagogia
Frente a la demagogia que genera exasperación y protesta social, debemos recuperar la confianza de la ciudadanía.
POR:
Iván Duque Márquez
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