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La era de la ‘egoadicción’

Jaime Lopera
POR:
Jaime Lopera

Dadas las condiciones de la segunda modernidad, parece ser que el mayor producto de la globalización es el individualismo.

Dicho en otras palabras, la multiplicación de los egos.

Se diría que tal situación se viene fortaleciendo, entre otras cosas, porque el exceso de las redes sociales –Twitter, Facebook y otras– permite una mayor expansión de mi Yo en la búsqueda de nuevas relaciones y comunicaciones.

Ha nacido, pues, la era de la ‘egoadicción’ como una conducta casi epidémica.

Donde más notoriamente se presenta este expansivo fenómeno es en las luchas por el poder en las organizaciones –más que en las familias–.

Cada vez que una persona ocupa una baldosa de poder, se para en ella y desde allí trata de invadir las adyacentes.

Un político novato, un estudiante que se hace profesional, un funcionario ascendido a otro nivel, un obrero que deviene supervisor y otros miles de ejemplos conquistan esa baldosa de poder y desde ella empiezan a mirar a los demás por encima del hombro. Como su ego empieza a aliviarse con el ejercicio del poder, de inmediato les asoma el rostro petulante del narcisismo.

Durante la lucha entre los egos en una empresa, siempre sufren los empleados de abajo, que deben soportar el acoso de sus jefes; en la administración pública, los ciudadanos son los olvidados, mientras algún funcionario gana los reconocimientos que espera recibir en esa disputa.

Claro, en el brillo y pulimiento de mi Yo, es preciso que deba subirme en los hombros de mis seguidores: como una alta posición no se alcanza con modestia, sino con esfuerzo –a menudo, con el esfuerzo del lagarto–, el aspirante debe cobrar ese gasto de energía mediante la imposición sobre otros, con el chantaje o el matoneo laboral, por ejemplo.

En ese proceso de elevamiento del ego se olvida el trabajo en equipo, se incumplen los objetivos y se toman decisiones a dedo.

De este modo, en la sociedad civil se mira con alarma que las necesidades colectivas se tornan secundarias y los egoadictos se hacen dueños de la situación.

Como consecuencia, las palabras ‘colaboración’ y ‘ayuda mutua’ pierden significado –a menos que se llame así a la capacidad de los demás para seguir, sin discutir, las huellas despóticas de sus jefes–.

La democracia sufre un duro golpe porque la conducta de la ‘egoadicción’ extingue la participación, a tal punto que los ciudadanos de a pie casi que no pueden hacer nada para desalojar las maniobras de los poderosos.

Como es natural, esta forma de ser egoísta, que alguno ha llamado ‘la fiesta de la sinrazón’, se hace presente cada vez que las personalidades débiles desean encumbrarse en las espaldas impotentes de sus servidores, amigos o seguidores en diferentes casos.

Los sostenedores de la idea de que los héroes deben tener una enérgica personalidad y que los jefes deben exhibirla, le hacen el juego a los globalizadores de la economía neoliberal que consagran las desigualdades a partir de fragmentar la asociación y dividir las aspiraciones colectivas.

Bajo estas suposiciones, ¿estaremos asistiendo, entonces, al agotamiento de la solidaridad?

Jaime Lopera

Consultor privado

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