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Los falsos demócratas

Los colombianos nos proclamamos demó- cratas, pero nuestra conducta indica que añoramos y reclama- m

Jaime Lopera
POR:
Jaime Lopera

Es evidente que los colombianos vivimos una especie de anormalidad política: por una parte, nos proclamamos demócratas, hacemos enormes elogios de la democracia, alabamos la existencia de las elecciones donde se decide la suerte de nuestros gobernantes y presumimos de tener la mejor de las democracias latinoamericanas.
Pero, por otro lado, nuestra conducta como ciudadanos que votamos en las encuestas indica que añoramos y reclamamos la presencia de dirigentes fuertes que nos rediman de las potencias del mal… a la fuerza. Somos entonces autócratas in péctore, y no solamente en la política, sino también en las costumbres regulares, en el hogar, en la escuela, en la familia. Mientras exaltamos los valores democráticos, deseamos el estilo autoritario, como el que acabamos de sufrir en estos años. Esta incoherencia, o ambigüedad, se vive casi del mismo modo en las empresas privadas.
Por eso decimos, porfiando en esta tesis, que existen en Colombia 2 clases de demócratas: llamamos Demócrata “X” al individuo que se exhibe como demócrata, que defiende públicamente, y a veces de modo intransigente, los valores democráticos y finge que se hace matar por ellos. No obstante, en su proceder privado y diario, esos valores evidencian lo contrario: es visiblemente autoritario en las relaciones con los demás, desde la familia hasta el trabajo. Piensa como un demócrata, y se pelea porque los reconozcan así, pero se conduce como un déspota. De dientes para afuera, es un demócrata; de dientes para adentro, es un autoritario refinado.
El Demócrata “X” se ve por todos lados: la desgracia de estos tiempos es esta incongruencia que se inicia en la misma familia, pasa por la escuela y la universidad, llega al trabajo y se propaga por los canales de los partidos políticos hasta la administración del Estado.

Los “X” son aquellos padres “demócratas” que votan a liberales, pero son tiranos, intervencionistas y celosos en la casa; son los maestros que votan socialista, pero utilizan la regleta para imponer sus ideas en la clase; son los jefes de personal que aplastan sin pensarlo cualquier conato ínfimo de oposición interna.
El Demócrata “Y”, por el contrario, es un animal raro: no sólo posee y defiende los valores democráticos, sino que los exhibe en su comportamiento personal de todos los días. Es tolerante con los conceptos ajenos; permite la circulación de las ideas sin imponer las propias; sabe escuchar con paciencia las opiniones contrarias a las suyas; delega sin temores a quienes sabe maduros para decidir; ofrece a los grupos la oportunidad de llegar al consenso, y tiene de veras alto respeto por las emociones y sentimientos de los demás.
Pero, mientras no exista un clima psicológico idóneo para su seguridad, el Demócrata “Y” será una especie anónima y casi irreconocible. Entre otras cosas, porque si permite mucho debate, se lo califica como débil; si sabe oír, se dirá que no tiene ideas propias; si hace poco por imponer su voluntad, se pensará que no tiene pantalones; y si permite demasiado la participación, se dirá que es un blando. Como consecuencia de esta discordancia, todos los autoritarios “X” tienen al Demócrata “Y” como un enemigo débil que se permite demasiadas libertades, que no sabe imponer respeto, y que deja vagar demasiado la libre personalidad al punto de que puede poner en peligro la fortaleza autoritaria desde la cual se subyugan estos pueblos por siglos y siglos.

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