En la presente década, que muchos catalogan como la de Latinoamérica, es muy posible que las tensiones sociales aumenten debido al buen crecimiento económico y a los esfuerzos para reducir la pobreza, condiciones que permitirán la expansión de la clase media.
Asimismo, nuevos consumidores presionarán por la satisfacción de sus necesidades, lo que se reflejará en fuertes tensiones laborales.
Lo anterior puede traer sensibles conflictos sociales, pero también una extraordinaria oportunidad para avanzar hacia la construcción de modernas relaciones laborales, el fortalecimiento del sindicalismo democrático y la competividad de los países.
En el caso de Colombia, se podrían hacer esfuerzos para que la buena dinámica económica evite la repetición de tristes historias de conflictos laborales del siglo pasado y, en cambio, se generen círculos virtuosos sostenibles en estas relaciones.
Está próxima la reaparición del Ministerio del Trabajo, lo cual puede ser muy conveniente para que el país avance hacia la superación del desempleo. Sin embargo, el fortalecimiento de las instituciones gubernamentales, per se, es insuficiente para el logro de objetivos sociales como el empleo y la armonía en las relaciones laborales.
También se requiere la construcción de confianza entre los actores principales y esto se logra si ellos (empleador, trabajador y Estado) son confiables, porque actúan con integridad y efectividad, ejerciendo los derechos propios y respetando los ajenos en el marco del Estado de Derecho.
El Estado puede ayudar en la construcción de confianza estableciendo instituciones y políticas públicas adecuadas a los tiempos, con legislación completa, pero sencilla, un gobierno efectivo que se dedique a lo fundamental y una justicia accesible, equilibrada y oportuna.
En este sentido, una prioridad podría ser el tema de los aportes parafiscales. Hay consenso en la bondad de los programas que con ellos se realizan y en la inconveniencia de financiarlos con la nómina de las empresas. Se debe madurar el debate y buscar otras opciones de patrocinio que armonicen esas iniciativas con metas como el empleo y la formalización de la economía.
Las empresas pueden liderar un nuevo estilo de relaciones laborales promoviendo la formación de sus ejecutivos y de los sindicalistas en el desarrollo de una cultura de mayor respeto hacia el sindicalismo organizado y en la administración civilizada de las diferencias.
Aún existen en Colombia empresas que no quieren saber nada de sindicatos. Hay que ser coherentes y permitir el ejercicio libre del derecho de asociación a quienes piensan distinto.
El sector sindical podría reinventarse y aprovechar esta década como su ‘cuarto de hora’. Su falta de capacidad de autocrítica le impide responder con sinceridad ¿por qué la mayoría de los jóvenes profesionales no quieren saber nada de sindicatos?
Es más fácil señalar a las empresas como responsables de la caída dramática en la afiliación sindical, en lugar de reconocer errores de estrategia o tener el valor de abandonar viejas y perversas prácticas. Está bien que sean fieles a las ideas, pero no esclavos de la ideología.
El sindicalismo colombiano adolece de falta de liderazgo y renovación en sus cuadros directivos que han perdido su capacidad de seducción e interpretación de las necesidades del trabajador moderno.
El nuevo Ministerio de Trabajo la oportunidad para que las relaciones laborales evolucionen hacia horizontes de concertación y prosperidad colectiva.