Hace algún tiempo le sigo la pista a la empresaria y periodista greco-americana, Arianna Huffington, quien estando en la cumbre de lo que hoy se define cómo éxito, lo critica abiertamente.
En un discurso sostuvo: “no compren la definición de éxito de la sociedad, porque no le está sirviendo a nadie. No les sirve a las mujeres, a los hombres, a los osos polares ni a las cigarras... Este modelo solo le funciona aquellos que producen medicamentos para el estrés, la diabetes, el corazón, el insomnio y la tensión”.
Una acertadísima afirmación que me dejó pensando en cómo realmente se podría redefinir el éxito más allá del dinero, los títulos y el poder. La señora Huffington, obviamente, se ha hecho la misma pregunta e inició una serie de conferencias y discusiones alrededor de lo que ella denomina “la tercera métrica”, y que es una interesante aproximación a cómo redefinir el éxito personal.
Su cruzada toma como base los resultados de varios estudios que encontraron que el 80 por ciento de los norteamericanos está estresado por su trabajo y que, como todos ya sabemos, esto afecta seriamente la salud, particularmente, en lo que a envejecimiento prematuro, diabetes en mujeres, alta tensión, depresión y problemas cardiacos se refiere.
El nuevo modelo que propone, y que la señora Huffington quiere convertir en un movimiento, busca enriquecer la definición del éxito con parámetros como la familia, la buena salud, la pasión, la sabiduría, la amistad, el trabajo social, la empatía y hasta cuidar el sueño.
No sé si esta propuesta de la ‘tercera métrica’ sea la gran solución al problema, pero sí ayuda a entender que esto es una cruzada que requiere una redefinición individual para, ojalá en el algún momento, convertirse en una visión mayoritaria o, por lo menos, aceptada por la sociedad.
En mi caso, recuerdo cómo en mi infancia, mi padre –aún trabajando mucho– almorzaba todos los días en casa, y a las seis de la tarde estaba de regreso para poder tener algo de vida familiar. En épocas del teléfono fijo y del telex, el día laboral terminaba en algún momento y había espacio para la vida social, la familia y las actividades distintas a la carrera permanente de hacer y ser más.
No soy nostálgica por naturaleza, pero sí creo que es momento de que todos cuestionemos el modelo de éxito que nos autoimpusimos y nos neguemos, con orgullo, a teleconferencias o reuniones en horarios que se deben respetar como tiempo personal, y que cuando estemos en familia escondamos o, hasta, mejor apaguemos los teléfonos que nunca nos dejan descansar.
Johanna Peters
Consultora en comunicaciones