Hace un año intento hacer todo a pie para minimizar el tiempo que tengo que pasar atrapada en un trancón. Así, me he convertido en asidua peatona y la experiencia, aunque liberadora, también es aterradora.
El irrespeto de los carros, las motos y hasta de las bicicletas a los que vamos a pie es prueba permanente de la falta de reglas de convivencia y respeto de nuestra capital. Hasta sobre los andenes, el peatón puede ser embestido por una bicicleta o moto y sus conductores ni siquiera parecen ver que uno existe.
En los cruces callejeros, al peatón le toca literalmente lanzarse para atravesar, ya que parece no existir conciencia de la regla de que el que va a pie tiene prelación. Adicionalmente, los semáforos peatonales son una rareza y así no se sabe si quedan veinte o cinco segundos para cruzar.
Otro grave problema son los andenes. Son obviamente un reflejo del estado de las calles, pero son peores, ya que simplemente son tierra de nadie. Están llenos de remaches por obras, cambian de material cada tantos metros, tienen desniveles ilógicos y fuera de eso en las esquinas normalmente se elevan 20 cm encima de todo lo demás para crear unos pequeños muros. A pie es necesario tener zapatos de montañismo, pero para los coches y los discapacitados, esto realmente es un irrespeto a sus derechos.
Crecientemente, además, los andenes se han convertido en zonas comerciales paralelas, de manera que los peatones tienen que andar por un laberinto rodeado de camisetas, frutas, gorros, juguetes y demás productos de contrabando para poder avanzar.
Las mal llamadas zonas verdes en los andenes también sufren de un alto grado de olvido y son simples restos de tierra y pasto, donde los dueños de perros, en muchos casos, no se toman la molestia de recoger lo que hacen sus animales. Bueno y si lo hacen, tienen que buscar un buen rato para encontrar alguna caneca, ya que estas tampoco hacen parte de las preocupaciones de nadie.
La arborización o existencia de parques también se limita a pocas zonas de la ciudad, y en grandes localidades como Fontibón o Engativá simplemente la existencia de un anden ya es un lujo, así que hablar de zonas verdes es una utopía lejana.
Y claro, no puedo dejar de mencionar los siempre presentes problemas de seguridad, ya que a pie hay que pensar dos veces antes de sacar el celular del bolsillo y agarrar siempre la cartera como si se estuviera transportando valores.
Eso, unido al impredecible clima de Bogotá y el contaminado aire, hace de la vida del peatón una aventura poco humana y que, además, no parece estar acorde con la filosofía de varias administraciones distritales que han buscado desestimular el uso de los carros.
Sin embargo, seguiré a pie, pues las opciones son menos tentadoras y a veces cuando sale el Sol también se convierte en una forma distinta y hasta bonita de vivir esta difícil ciudad.
Johanna Peters
Consultora
Johanna Peters jcpre@yahoo.com