Parece existir un consenso generalizado sobre el hecho de que las fuerzas digitales cambiarán las estructuras laborales, sus relaciones y ciertos puestos de trabajo; pero no hay el mismo acuerdo si se intenta responder la pregunta: ¿hacia dónde nos encaminamos? Aquí hay respuestas contradictorias, algunos creen que los efectos de la automatización y robotización serán devastadores, mientras otros confían en lo contrario y sostienen que hay espacio para más oportunidades laborales, e incluso, para la prosperidad.
Ante semejante incertidumbre, se deberían estar motivando reflexiones de cara al futuro laboral para reducir al máximo la especulación y la improvisación política, pues ya suficiente con el fetichismo por el mercado del trabajo y la idea de que su desajuste obedece a asimetrías de información entre la oferta y la demanda, lo que ha puesto a la política laboral a pensar más en cómo conectarlas, pero no en cómo fortalecerlas.
Pensar de cara al futuro del trabajo nos obliga a reflexionar sobre la utilidad de los actuales modelos, métodos e información empleados, así como hará sacudir los aparatos ideológicos imperantes. Hoy es difícil encontrar análisis laborales que desborden la cuantificación e incorporen contextos y ofrezcan luces sobre las vivencias personales y empresariales. Se sigue empaquetando a empleados y empleadores entre las funciones de oferta y demanda, lo que impide ver sus dramas, tragedias, problemas, confusiones e incertidumbres. También se empaquetan a los desempleados como si el ‘mercado’ no los diferenciara por razones sociales, étnicas, raciales y de domicilio, pese a estar prohibido por norma. Asimismo, se etiquetan las empresas, asumiendo que los problemas de las pequeñas son semejantes a los de las medianas o grandes.
Muestra de este aparato ideológico es lo que el presidente Duque cree sobre el desempleo, al que considera como un problema de costos laborales, como también lo creen sus ministros de Hacienda y Trabajo: el primero persiste en la idea de que el salario mínimo es alto y los impuestos empresariales también, lo que genera una restricción para la contratación; mientras que la Mintrabajo ha dicho que el mercado laboral se debería flexibilizar; sin embargo, ninguno hace referencia a la Encuesta de Opinión Industrial Conjunta de la Andi, en la cual los empresarios afirman que sus principales problemas son: la demanda, las estrategias agresivas de precios, las materias primas, el tipo de cambio y el contrabando. Ningún empresario sostiene lo que los ministros concluyen.
Esta falta de lectura crítica conduce a errores de política, pues por barata que sea la mano de obra o bajos los impuestos, se corre el riesgo de que no haya contratación porque el problema de las empresas es que no venden. Luego, pensar en el futuro del trabajo también obliga a pensar en el papel del Estado, máxime cuando los procesos disruptivos lo han tomado por sorpresa como garante de derechos y lo han puesto en jaque. En tal sentido, la Ciencia Económica no puede seguir asumiendo este tema de una forma acrítica; el llamado es a que las facultades de Economía, la Academia de Ciencias Económicas y las organizaciones sociales aúnen fuerzas para promover una seria reflexión sobre el futuro del trabajo.