La crisis del liberalismo a finales del siglo XIX lo llevó a temer la conquista del totalitarismo. De allí que surgieran dos vertientes: el nuevo liberalismo y el neoliberalismo, como lo señalan Laval y Dardot (2013) en su libro La nueva razón del mundo. La Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión hicieron tambalear los dogmas liberales del siglo XIX. Conflicto y crisis económica fueron dosis que pusieron en ebullición las democracias liberales y la doctrina económica que promulgaba una libertad de mercado. El sistema capitalista liberal, que venía del capitalismo industrial de Gran Bretaña, se enfrentó a la idea de tener que complacer un conjunto de libertades sobre la base de la existencia de unos estados que actuaban, según ellos, sin límites.
De allí que el nuevo liberalismo redefiniera las fronteras de la intervención gubernamental, donde Keynes jugó un papel crucial.
Con la Segunda Guerra Mundial vinieron los reclamos sobre las nuevas políticas de intervención del Estado en asuntos como: asignación de recursos, equilibrio de precios, inversiones, política de empleo y esquemas de protección social, tal como demuestra Foucault en El nacimiento de la biopolítica. Fue la construcción del Estado de bienestar; pero, como respuesta de las democracias occidentales ante una amenaza del comunismo (Rey, 2011).
Foucault explica que el neoliberalismo alemán emerge de dichas circunstancias y que el informe presentado por el Consejo Científico en abril de 1948 fue determinante en el sentido que planteó que “la función de la dirección del proceso económico debe quedar en la mayor medida posible en manos del mecanismo de los precios”. Esta declaración, no solo invocaba el liberalismo clásico, sino que introducía elementos políticos sobre las funciones del Estado; que vendría a convertirse tres décadas más adelante en garantista del mercado libre.
Así fuimos entrando lentamente del nuevo liberalismo a la era neoliberal, hasta que la disminución en la tasa de ganancia, los problemas de productividad, el aumento de la fuerza social, los choques petroleros del setenta y las recesiones junto a altos niveles de inflación y desempleo, desacreditaron las políticas keynesianas y sellaron el cambio del sistema.
El actual confinamiento detuvo la producción: eje del sistema neoliberal. Sin producción no se pagan salarios, no hay ingresos y se limita el consumo; es decir, no fluye la principal mercancía: el dinero. Aquí es donde el sistema se ha quedado sin armas y es por eso que al Estado le rebotan todas las demandas sociales, quien evidentemente no tiene cómo atenderlas, ni sabe cómo hacerlo; pues se función era otra. Si el problema del neoliberalismo fue cómo darle legitimidad al Estado a partir de una libertad económica que le permitiera existir; ahora el problema es cómo darle legitimidad al Estado a partir de un sistema herido en el corazón. Si queremos salir fortalecidos tras esta situación, debemos empezar por discutir las reformas para el tipo de Estado que queremos como sociedad.
Jorge Coronel López
Economista y profesor universitario
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