Keith Hart presentó un informe sobre Ghana en 1970, donde encontró que había actividades, tareas y oficios que eran realizados en pequeña escala y de los cuales se derivaban ingresos que servían para sobrevivir.
Eran actividades no delictivas, pero estaban al margen de las normas vigentes. Hart lo denominó: sector informal.
Este concepto fue acogido en el informe de la OIT sobre Kenia en 1972 y desde entonces la informalidad se convirtió en objeto de estudio. Esta interpretación abrió la primera línea de trabajo y se asumió la informalidad como marginalidad.
Investigaciones posteriores abrieron otras miradas y la vincularon con trabajo, empresas y con el desarrollo económico.
Estas visiones se alimentaron de los cambios en los procesos y modos de producción. La globalización, la configuración de cadenas globales de valor, los cambios en el tamaño del Estado, las redes de contrabando y hasta el tráfico de drogas, han sido algunos de los elementos que han servido para construir un marco de comprensión sobre la informalidad.
Algunos la han entendido como resultado de la necesidad de aumentar la competitividad por la vía de subordinar a las unidades productivas y a los trabajadores para bajar costos.
Otros la han considerado una elección deliberada para evitar costos y registros formales; mientras que hay quienes la han estudiado como producto de las crisis y recesiones, lo que significa que han ido más allá de una simple elección y reconocen que surge por necesidad.
En las Ciencias Económicas ha predominado la idea de que es una decisión ‘racional’. La mayoría de estudios la han entendido simplemente como un problema jurídico y de cumplimiento de normas.
Por ello han recomendado la flexibilización laboral y la reducción de impuestos y de costos administrativos. Asombra el volumen de trabajos por esta vía y los lugares comunes a los que llegan. Sus recomendaciones han servido para diseñar políticas, pero el fenómeno sigue ahí…y creciendo.
Parte del problema está en el exceso por cuantificar. Hoy no se puede desconocer que las actividades económicas en los territorios se conectan a diferentes circuitos económicos.
Las actividades que Hart encontró en Ghana probablemente siguen existiendo; pero con la diferencia de que hoy dichas actividades marginales se han amalgamado con la clandestinidad y la ilegalidad, lo que entraña serios problemas para el enfoque cuantitativo.
Seguir creyendo que la informalidad es un tema de costos y de racionalidad económica es no reconocer que el fenómeno requiere otras miradas y metodologías para su comprensión. Qué tal si se cuantifica menos y se cualifica más.
Empezar preguntándose por quién domina el espacio público, cómo se gobierna el mismo y de qué manera se interconectan las empresas y los trabajadores, tal vez permita aproximarse a un fenómeno que es heterogéneo y complejo.
Jorge Coronel López
Economista y profesor universitario.
jcoronel2003@yahoo.es