La forma como se está orientado la política fiscal está destruyendo la conquista de los derechos y es culpable del tipo de sociedad existente y de la desigualdad reinante.
La teoría neoclásica presupone que los impuestos son una distorsión para los mercados, ya sea porque drenan recursos o porque encarecen la producción.
Esta idea es la que se invoca cada vez que hay reformas tributarias o laborales y de aquí han salido las excesivas exenciones tributarias para los ricos, la tributación diferencial para las empresas y las sobrecargas para los trabajadores y los de menores ingresos.
Para nadie es un secreto que la tributación no está recayendo sobre quienes debería. La última reforma tramitada como Ley de Financiamiento, entregó exenciones que se estimaron en nueve billones de pesos y según estudios del Banco de la República, las empresas pequeñas son las que más pagan impuestos.
Pero esta teoría tropieza en sí misma. La mala determinación de los contribuyentes y los gastos ineficientes han llevado a que las finanzas públicas sean deficitarias sin satisfacer las demandas sociales y con una notable reducción y deterioro de la oferta de bienes públicos.
Además, parte del financiamiento del déficit fiscal ha corrido por cuenta de créditos; en consecuencia, los organismos respectivos han impuesto controles sobre el endeudamiento y el manejo del gasto.
Aquí es donde han quedado atrapados los gobiernos: por un lado, su convicción en la teoría los ha llevado a elegir muy mal los contribuyentes y a preferir los mercados para ofrecer bienes públicos; y por el otro, la banca le enseña cuánto y en qué gastar; además de que los compromete a tener que cumplir metas para el cierre del déficit fiscal.
Los ingresos públicos entonces no se han ampliado para que alcancen para educación, salud y mejores servicios públicos. La irracionalidad está en la forma como se determina quién paga los impuestos y en los criterios para orientar el gasto.
Nada menos hace poco el Coordinador de la Misión de Empleo, Santiago Levy, sostuvo que había que superar la idea de “invertir más y mejorar la educación para acelerar el crecimiento”, con el fin de impulsar mejor la idea de cambiar las reglas de juego, ya que ellas son las causas de la informalidad y la baja productividad. Es claro que Levy se refería a remover lo poco que queda de la protección social.
Es absurdo que los gobiernos sean aplaudidos y premiados por el simple hecho de estar cumpliendo metas del déficit, a través de una tributación injusta y una desigualdad persistente.
Por cumplir esta política es que han sido premiados casi todos los Ministros de Hacienda. ¿De qué se vanaglorian? Debería ser un premio deshonroso, pues premia políticas generadoras de pobreza y desigualdad, bajo una increíble irracionalidad fiscal.
Continúa en el siguiente enlace: Irracionalidad fiscal (II)
Jorge Coronel López
Economista y profesor universitario.
jcoronel2003@yahoo.es