El relato económico de la crisis se sigue escribiendo profusamente sobre la producción y el crecimiento. Ya se vaticina el impacto de la crisis sobre ellos y se anticipa la forma que tendrá la curva del PIB. Se tiene ‘idea’ sobre qué tan profunda pueda ser la recesión, lo que ha llevado a que los gobiernos fijen nuevas metas de crecimiento.
El dominio alcanzado por el PIB ha guiado el análisis económico por entre estrechas paredes de un laberinto. Hablar de economía se redujo a hablar de producción y atrás quedaron debates sobre demografía, ingreso, capital, valores de uso y de cambio, pobreza, bienestar y el papel del Estado –vital hoy–. El imperio del mercado, orquestado por el neoliberalismo, anuló dichas discusiones, y condujo a pensar que todo producto tendría mercado y que cualquier persona era emprendedor o empresario.
Hoy la pandemia nos llama la atención sobre lo imperativo de volver sobre aquellas discusiones. El llamado no es a dejar de producir, pero si discutir la forma en que se viene haciendo, para renovar el debate y ponerlo de cara a este momento histórico.
Es pensar en mejores modos de producción o en distinguir entre producción deseable e indeseable; así como Smith en su momento planteó el debate entre trabajo productivo e improductivo. Proponer temas, no desde la producción, sino como un asunto de ingresos, de pérdida de bienestar, con un enfoque de derechos y desde la pregunta sobre qué tipo de Estado se requiere para estar a la altura del desafío, instala nuevas rutas para salir del laberinto –reformas–.
Es clave reconocer que se venía persiguiendo un modelo nocivo para el medio ambiente, costoso para la sociedad y que masificó el trabajo precario. Este fue comprado por gobiernos y tecnócratas porque les tributa a sus intereses, aunque se ha pagado con recursos de todos, sin beneficio colectivo y con una brecha social indignante. Habrá que aceptar que esa ruta laberíntica es empobrecedora, excluyente, indeseable y enlodada de corrupción.
El confinamiento y el estrecho campo del debate económico tienen a la economía y a la sociedad atrapadas en un laberinto; aunque también habría que sumarle el miedo infundado a los cambios que nos podrían llevar a soñar con nuevas aspiraciones, y aspiraciones que deberían permitir destruir míseras alternativas. La única alternativa laboral para muchas personas no puede seguir siendo un trapo rojo en las calles, un maletín naranja al hombro, una diadema para contestar llamadas todo un día o el habitual rebusque con productos de moda o en cosecha.
Ya está demostrado que el modelo dominante no es buen aliado del progreso o bienestar, por ende, tampoco sus gobernantes. Si no han sido capaces de transformar la sociedad es imposible que siembren las semillas de progreso en el desierto de nuestra esperanza.
El rebusque, la pobreza, la miseria, la desigualdad, la corrupción, el clientelismo y la mafia son la negación de un modelo progresista y de gobernantes éticos e idóneos; pero son la prueba irrefutable de que, para salir del laberinto, necesitamos renovar el clima intelectual y las anacrónicas concepciones sobre el campo de estudio de la economía, pues nos están impidiendo pensar en salidas seguras de este laberinto.
Jorge Coronel López
Economista y profesor universitario.
jcoronel2003@yahoo.es