Las preocupaciones que reinan por la precariedad del empleo y la fragilidad de la economía son más que razonables.
Los niveles de informalidad, pobreza y desigualdad impiden creer que el país haya logrado alcanzar un nivel de ingreso medio-alto por el hecho de haber sido aceptado en la Ocde. Sin embargo, vale la pena evocar para sugerir ideas con el fin de superar las preocupaciones.
Hace casi un siglo empezó el periodo conocido como la industrialización. Entre sus motivaciones estuvo la búsqueda de unos modos de producción que permitieran abastecer el mercado interno sustituyendo importaciones.
Se crearon industrias mediante políticas estatales y con apoyo de fondos públicos. También aumentaron los puestos de trabajo y los profesionales de las diferentes áreas del conocimiento fueron con ilusión a laborar en las nuevas empresas industriales.
Tras ingresar, había altas posibilidades de ascenso –artículo de lujo hoy– y la jubilación estaba casi asegurada dentro de las compañías –otro lujo–.
Había estímulos para aumentar productividad y sentido de pertenencia, se premiaba la antigüedad y la estabilidad laboral dependía del cumplimiento de responsabilidades.
Según el tamaño de la empresa, algunas ofrecían servicio de restaurante, transporte y fondos para vivienda y estudio, lo cual es una añoranza al ver que los trabajadores ahora deben llevar su propio almuerzo y disponerse en lugares inapropiados para almorzar.
Se recurrió a la moto, el carro y los sistemas públicos de transporte para movilizarse, presionando la congestión vehicular de las ciudades y la demanda por transporte.
La formación y especialización de los trabajadores hoy corre por cuenta propia y generalmente se realiza mediante créditos educativos ofrecidos por el sistema financiero.
La inestabilidad laboral es una latente amenaza y los tipos de contrato utilizados no siempre sirven para ser sujetos de crédito, por ello recurren a préstamos informales, donde algunos alimentan directamente las redes criminales.
Pero tras la industrialización vino la desindustrialización. El desequilibrado proceso de apertura de los noventa, junto a la competencia externa y el contrabando, fueron algunas causas.
Con la llegada del cambio climático a las agendas públicas, las industrias han sido puestas en cuestión por la contaminación que generan.
Algunas se han relocalizado, otras han cerrado, pero no ha predominado la búsqueda de producciones más limpias, donde incluso pueden estar los nuevos puestos de trabajo.
Hoy cuando el país importa cerca de doce millones de toneladas de alimentos, en contraste al millón que importaba a principios de los noventa; al ver que las ciudades crecen en edificios y no tanto en industrias con capacidad productiva y empleo; y al haber inclinado la vocación económica hacia el comercio y los servicios, el debate sobre la reindustrialización debería retornar con fuerza renovada.
Jorge Coronel López
Economista y profesor universitario.
jcoronel2003@yahoo.es