Con su rigor característico Joaquín Estefanía afirmaba, hace más de un lustro, que la civilización occidental había llegado a una nueva fase de “terrorismo en red” superando los 1,5 billones de dólares, es decir, una cifra dos veces mayor que el PIB del Reino Unido.
Se basaba en el libro de la economista norteamericana Loretta Napoleoni Cómo se financia el terrorismo en la nueva economía, fruto de una importante investigación realizada sobre la patología de este monstruo a nivel universal que se nos instaló el 11 de septiembre, por cierto, sin pedirle permiso a nadie, burlando las estrategias convencionales de seguridad y en las propias barbas del imperio.
No hay que equivocarse: Al Qaeda seguirá contando con algunas complicidades objetivas en Occidente, incluyendo los sacrosantos bastiones del capitalismo mundial como Wall Street, la City londinense, los magnates financieros de Hong Kong y el mundo subrepticio de la hawala (dinero que trabajó fuera de los circuitos financieros tradicionales) en Arabia Saudí y el Sureste Asiático.
De esta economía continuará formando parte a más del tráfico de drogas, las armas, el petróleo, las piedras preciosas y, léase bien, los seres humanos.
Es tal su capacidad de penetración que se ha infiltrado en bancos, organizaciones financieras y fundaciones de buen nombre que caen en sus redes creyendo que están favoreciendo a entidades dedicadas a obras humanitarias.
La NET (Nueva Economía del Terror), según Napoleoni, es un “producto típico” de la globalización, por cuanto facilita su camuflaje en el entramado de las privatizaciones, la desregulación, el desdibujamiento de los límites nacionales, la libertad de acción de los capitales y los progresos tecnológicos. En términos muy gráficos su autora afirma que esta economía sabe adoptar y aplicar, para la época, “una variante del ju-jitsu geopolítico”. Como recomendación de fondo, la NET considera como primer paso en la lucha contra el terrorismo identificar sus canales de interacción con la economía de mercado a fin de bloquearlos e impedir su integración al sistema capitalista.
Sin embargo, algo tan obvio lleva a formular un gran interrogante: ¿existe voluntad política de los gobiernos para hacerlo?
Para tal efecto le damos traslado a un economista eminente quien al observar lo que pasaría si se retirase de rompe del sistema financiero toda esa inmensa liquidez sumiría a las economías occidentales en una profunda depresión.
Esta economía del terror no nació el 11-S.
Fue concebida y puesta en marcha hace mucho tiempo, aunque más focalizada, ya que aún no había aparecido el fenómeno arrollador de la globalización con sus fronteras invisibles. Porque el terrorismo no es producto exclusivo del subdesarrollo, ¡es, apenas, su campo de entrenamiento!
Adenda: la excelente designación de Ezquerra, Pinzón y Rengifo demuestra que las tales ‘crisis ministeriales’ han pasado a ser un expediente ‘manzanillo’ de la vieja política totalmente superado.