El carácter de un gobierno son sus políticas públicas. Si bien la comunicación política y las disputas electorales definen buena parte de la percepción ciudadana de los gobiernos, son en últimas los objetivos de sus políticas, cómo se hacen y lo que logran, lo que define mejor un gobierno y lo que determina en buena parte su posibilidad de mantenerse en el poder.
El gobierno del Pacto Histórico dio un giro en la manera en la que construye políticas públicas: los objetivos se centran en una acción más que en servir un grupo de interés o en alcanzar un propósito económico, la participación de las comunidades y los movimientos sociales son punto de partida y no un elemento del proceso de hacer esas políticas públicas.
Las acciones han definido, hasta ahora, las políticas del Pacto Histórico: la primera, una transición energética rápida, que abandona la economía basada en la explotación y exportación de hidrocarburos; la segunda, la ‘Paz Total’ como una voluntad y objetivo imperativo que orienta políticas públicas.
La definición de vinculante para los diálogos para hacer el Plan de Desarrollo lleva a compromiso lo que antes era consulta.
Es un cambio profundo en cómo se hacen políticas públicas. Desde el gobierno de Virgilio Barco, comenzamos a profesionalizar la política pública con objetivos de bienestar; fundarla en el crecimiento económico, con el sector privado como motor de desarrollo y con base en evidencia de su efectividad. Así se buscaba escapar a la captura que los grupos de interés hacían del Estado.
La respuesta de académicos, analistas, gremios y otros grupos de interés ha sido -casi sin excepción- el rechazo de plano, cuando no la reacción.
El reclamo, que raya en el escándalo y la indignación, se centra, casi unánimemente, en que los objetivos están mal definidos -cuando no son contrarios al bien común-, en que se desconocen los mecanismos institucionales y -cuando no que se viola la ley- y que las decisiones de política son contrarias a la evidencia.
Como resultado tenemos un gobierno con anuncios de políticas simples, no centradas en resultados, que se han convertido en origen de controversias públicas y generado una oposición marcada de buena parte de la academia. Esto ha definido al Gobierno como uno de cambio confrontacional, pero muy popular. Popular pero ineficiente.
Creo que aún hay esperanza. El ejemplo que dió esta semana la Ministra de Minas y Energía al conversar con el gremio del gas natural, buscando una convergencia en un objetivo de bienestar -el papel de la energía en la reducción de la pobreza- es muestra de que sí se puede. Tal vez la solución está en encontrar un lugar común, más que en obligar a un Gobierno a cambiar, con la fuerza de argumentos, su manera de hacer las cosas.
Jorge Restrepo
Profesor de la Universidad Javeriana
Twitter: @jorgearestrepo