Sobre maíz habla todo el mundo. Ministros, dirigentes gremiales, políticos, columnistas, amigos y enemigos del libre comercio, y hasta los productores.
En un extremo están quienes critican que la apertura acabó con el cultivo, y que para recuperarlo hay que regular importaciones, promover siembras y garantizar nuestra suficiencia y soberanía alimentaria. En el otro se plantea que, al no ser Colombia un productor competitivo, deberíamos dejar la producción de maíz a otros países y dedicarnos a sembrar otras cosas.
Sin embargo, más allá del discurso, las cifras muestran que a pesar de todos los augurios, el maíz sigue siendo un producto de primera línea en la producción nacional.
Según datos de Fenalce, en Colombia se produjeron en el 2013 un millón 685 mil toneladas de maíz en 485 mil hectáreas y las importaciones fueron de tres millones 584 mil toneladas. En 1990, antes de la apertura, Colombia produjo un millón 200 mil toneladas e importó apenas 274 mil toneladas. En el balance, hemos incrementado la producción local e importado volúmenes enormes que han generado las condiciones económicas y de mercado para que millones de colombianos hoy puedan acompañar la arepa con pollo y cerdo, animales que se alimentan de maíz y cuyo consumo antes era prohibitivo por sus altos costos. Gracias a lo anterior, el consumo per cápita de carne de pollo se ha incrementado casi tres veces en este mismo periodo.
¿Qué tanto espacio hay para reemplazar -de forma competitiva- una parte o todo el componente importado de maíz? Del área productiva sembrada con el grano en Colombia, aproximadamente la mitad corresponde a maíz tecnificado, que produce en promedio un poco más de cinco toneladas por hectárea, con rentabilidades apretadas y, en ocasiones, negativas, cuando las condiciones de mercado son desfavorables.
Hay honrosas excepciones que muestran que existe espacio para crecer. Conozco un productor en Cerritos, Risaralda, que en condiciones ambientales y de manejo excepcionales, produce diez toneladas por hectárea. En la Altillanura he visto productividades de un poco más de ocho toneladas, que podrían ser rentables en la medida en que las escalas de producción, vías e infraestructura se vayan dando. Pero incrementar las productividades en las áreas actuales es un proceso lento y difícil.
El maíz tecnificado se produce con semillas de maíces híbridos que no permiten resembrar parte de la cosecha, ya que la productividad resultante es mínima. Para cada siembra hay que comprar nuevos híbridos.
Aunque Fenalce tiene un programa de desarrollo de híbridos, este aún es incipiente y la semilla que usa el país en sus áreas tecnificadas es importada. La producen multinacionales que la desarrollan en otras latitudes, pues nuestra participación diminuta en el mercado global (alrededor de 1.5% de la producción) no les retribuye producir híbridos para las condiciones específicas colombianas. Lo que se siembra en Colombia no es desarrollado para las condiciones ambientales específicas del país, sino para ambientes como los de Brasil o México, por lo que su desempeño local es subóptimo.
Mejorar la oferta maicera del país en sus áreas tecnificadas, aumentando productividad es posible, pero el camino es difícil y de mediano plazo. Por la vía de los costos habría que resolver cuellos de botella como la mecanización, el valor de los insumos y las prácticas productivas que mejoren la rentabilidad.
En el maíz tradicional, el de la economía campesina, al que nadie le para bolas y que apenas produce dos toneladas por hectárea, hay un potencial enorme y un gran espacio para aportar desde la ciencia.
Juan Lucas Restrepo
Director de Corpoica
jlrestrepo@corpoica.org.co