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Juan Manuel Pombo
Columnista

De cartillas a urnas

Con la subida del dólar, los libros en este país superaron la barrera de los 80.000 pesos y las editoriales ni se sonrojaron.

Juan Manuel Pombo
POR:
Juan Manuel Pombo

No pude visitar la Feria del libro en Bogotá. Me perdí, entre otras muchas cosas, el rapapolvo de Alberto Manguel al galpón argentino. Pero sí me rozó su perfume de alas y de páginas. Atrapé dos de los recientes clásicos de Angosta Editores: ‘Cándido’, de Voltaire, y ‘El corazón de las tinieblas’, de Joseph Conrad, prologados y traducidos por Héctor Abad y Juan Gabriel Vásquez, respectivamente. La propuesta de un canon en ciernes, a 30.000 pesos cada ejemplar, solo puede dar regocijo. Con la subida del dólar, los libros en este país superaron la barrera de los 80.000 pesos y las editoriales ni se sonrojaron.

Con esta lectura del ‘Cándido’ entendí por qué el desgreño y desparpajo de la prosa de Voltaire fascinaba a mis alumnos de bachillerato (para detrimento de Carpentier y El siglo de las Luces): porque a Voltaire las bellas letras lo tenían sin cuidado; lo suyo era periodismo, informar para no tragar entero: sobre la Bolsa de Londres, el terremoto de Lisboa, el optimismo pinkeriano de Leibniz o el fanatismo mahometano; periodismo, no repostería para matrimonios de la realeza europea (aunque por entonces quizá sí ameritaban titulares a tres columnas).

En cuanto a Conrad, logré subir el río en pos de la voz de Kurtz, como Martin Sheen en ‘Apocalypse now’ tras la de Marlon Brando, y le gané por fin el pulso a una prosa ardua y espléndida que ya me había ahuyentado con coces y rebuznos de mula: dos veces en inglés y una en español.

En la Feria siempre encontré, a precio de huevo, algún buen texto sepultado por ignorancia, indiferencia, olvido o afán de novedades. Esta vez quería uno que perdí, publicado en 1999 por la desaparecida Editorial Norma: ‘Una historia de la lectura’, de Alberto Manguel. Lo encontré, extramuros también, a precio de alta gama, pero la edición y traducción que quería.

Allí describe Manguel ese instante milagroso en el que, a sus cuatro años, aprendió a leer: unas pocas letras separadas en una cartilla (E-l ni-ño-- co-rre) de pronto se confabulan y disuelven el limbo de posibilidades en el que reinaba aquel niño suspendido sobre esas letras; hasta entonces, podía tratarse de un infante que “saltaba” o que “fingía haberse congelado”, o que “jugaba un juego cuyas reglas y finalidad yo desconocía”. De ahí en adelante, el destino de aquel niño ya no pudo ser otro distinto al de correr… instancia posible solo gracias a la lectura, el más poderoso aglutinante del tejido social porque, como decían los alquimistas medievales, “la visión de letras en tinta negra se convierte en oro del conocimiento” o, como dice Manguel, porque “leer inaugura el contrato social”.

Qué bueno sería que de vez en cuando se barajaran listas de libros impajaritables para bachilleres, tecnólogos y universitarios colombianos. Cartillas, libros, películas y urnas no son elementos tan dispares como parece; si bien se mira, son eslabones claves en la construcción de una nación legible e incluyente.

Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com

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