Napoleón Bonaparte, el gran chafarote, como suelo llamarlo con la bendición de Hegel, Beethoven, y más tarde también de Tolstoi, alguna vez tildó a la Gran Bretaña de ‘nación de tenderos’, tenderos que, como sabemos, le propinaron su Waterloo. Ahora, el problema de si el calificativo ‘tendero’ tiene o no carga peyorativa es interesante. Al parecer, el mismo Napoleón negó haberlo usado con ese sentido. Dicen que desde su exilio aclaró que, para él, una nación de tenderos era la que se ocupaba de mares y comercios, ocupación que venía bien a cualquier nación que quisiera prosperar... y bueno, razones no le faltaban, menos con las debacles terrestres de Moscú y Waterloo ya a sus espaldas.
Pero vamos al grano, intentemos desgranar el granero colombiano: el tono del discurso con el que se manejó el rollo del plebiscito y del acuerdo, ese que no fue acuerdo sino hasta que todo estuvo acordado, y el plebiscito, ese que ahora pende de facultades extraordinarias (que no especiales) y/o de instancias constitucionales para establecer si hubo (o no) acto legislativo, o si la consulta plebiscitaria tiene (o no) efecto jurídico, o solo político, en fin, todo ese discurso ahíto de tales entelequias y de “...comisiones de implementación, seguimiento, verificación y refrendación” previa entrega de “...listas de armas y combatientes con identificación exacta...”, ambas cosas, armas y firmas, supongo que debidamente apostilladas por autoridades competentes en las profundidades de los llanos del Yarí, siembran la infortunada sospecha de que Colombia, definitivamente no es un país de tenderos, sino uno de almacenistas patológicamente desconfiados y con vocación notarial.
Dicho eso, a la vez estoy convencido de que lo contrario también es cierto: que los colombianos somos, y lo demostramos a diario, un pueblo de talante amable y hospitalario, poco receloso de forasteros y, por lo general, descomplicado y servicial con propios y extraños, capaz de llevar proyectos a buen término sin necesidad de infinidad de supervisores y sellos. Ahora, que los emisarios de las Farc y del gobierno, jugando a tres bandas contra una oposición recalcitrante y, en buena medida, retardataria, hayan producido un documento como de almacenistas inveterados, no sorprende: desde que se firmó el pacto del Frente Nacional ese ha sido nuestro único discurso legalmente vinculante: la autenticación ad infinitum de lo que, en el fondo, no son más que hechos cumplidos.
Así, creo que lo hasta ahora elaborado en La Habana sigue siendo la mejor ruta para seguir lidiando con la palurda insolencia de las Farc, el provincialismo bovino de la oposición y la ineludible vocación notarial de los colombianos. La meta es clara e inaplazable: un catastro rural expedito que libere millones de hectáreas y miles de familias, de manera que puedan producir algo más que coca, deforestación y bostas de ganado; es decir, para que campesinos, colonos, indígenas y desplazados, por marras, presa de malandros tóxicos, puedan convertirse en granjeros viables. Por Dios, no es colectivizar, es solo escriturar y empezar a producir.
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com
columnista
De tenderos, almacenistas, granjeros y...
La autenticación ad infinitum de lo que, en el fondo, no son más que hechos cumplidos.
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Juan Manuel Pombo
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