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Juan Manuel Pombo
columnista

El que no sabe es como el que no...

Descubrimos que navegar sin instrumentos es, literalmente, viajar a ciegas, sin referentes visuales, tal cual.

Juan Manuel Pombo
POR:
Juan Manuel Pombo
agosto 30 de 2018
2018-08-30 09:48 p. m.
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Mi primera, única y aterradora experiencia de lo que puede ser navegar sin instrumentos no la padecí por mar ni por aire, sino por tierra, en un Jeep Willys, entre Riohacha y el Cabo de la Vela. En 1972, cuatro amigos de veintipocos años emprendimos una vuelta a Colombia en yipao; por entonces les decían ‘güilis’ a secas. 

Descubrimos que navegar sin instrumentos es, literalmente, viajar a ciegas, sin referentes visuales, tal cual. Hasta Riohacha, los problemas de navegación los resolvimos, gracias a un estupendo mapa Esso con las carreteras de la República de Colombia, mapas plegables que vendían en las bombas de gasolina. Dicho sea de paso, ese mismo mapa tuvo vigencia hasta finales del milenio, lo que habla mal del desarrollo de carreteras durante la segunda mitad del siglo XX en el país.

El problema surgió en Riohacha. A partir de allí no había carretera de la que se pudiera hablar, como no fueran los rastros semicarreteables del contrabando y la marimba, esta última por entonces en bonanza. La idea de pagar un guía nos atraía poco y la engañosa escala cartográfica nos ofreció una cómoda solución: para llegar al Cabo de la Vela bastaba tener el mar siempre a la izquierda. Sin embargo, poco después de Manaure, más o menos a la altura de Uribia, nuestra orientación hizo crisis: una arena fangosa nos obligó a derivar tierra adentro hasta que superamos la distancia que nos separa del horizonte y quedamos, literalmente, en medio de la nada: rodeados de arena por todos lados y mar por ninguna parte. Altas nubes blanquecinas velaban un intenso sol posmeridiano. Brazos en cruz, oriente y occidente establecidos, cuatro veces enrumbamos dizque al norte, en vano: arenas gredosas o polvorientas y la raya infinita del horizonte era todo lo que circundaba.

De pronto, como un espejismo tembloroso, se materializaron dos indígenas wayuu que, al conocer nuestro padecimiento y destino, acordaron llevarnos al Cabo si los dejábamos en su Ranchería. Una vez subieron al Willys olvidaron el español y en wayuu nos condujeron a la Ranchería, donde a señas nos indicaron una trocha que en efecto condujo al Faro de los Vientos, en el Cabo de la Vela, antes de que muriera el día y naciera la noche.

Hace poco escribió aquí Rodolfo Segovia sobre la necesidad de un canon de historia patria. Sí, necesitamos claros y visibles referentes históricos, culturales, ideológicos para hablar, para tantear caminos, para dialogar con el mundo. Ocho, diez libros que todo colombiano debiera leer antes de los veinte años. Pero dicho canon no puede ser inamovible; debe parecer un seto vivo, en permanente cambio, tala y discusión, cuidándose de reducciones como ese ‘marxismo’ sin Revolución Francesa, sin Hegel ni Feuerbach que, cuadros ‘comunistas’ del mundo entero, becados por el PC en Moscú y la RDA, intentaron luego implementar provocando palmarios desastres económicos y políticos en un empeño tan tonto como querer explicar la filosofía medieval con una patrística que prescindiera de Pablo de Tarso y Agustín de Hipona.

Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com

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