“El primer ser humano que en vez de una piedra arrojó un insulto fundó la civilización”. La cita de Freud ilustra el concepto de salto cualitativo: ese paso adelante que, de manera clara y distinta, hace del espacio que ocupa una comunidad humana uno menos violento, más amable, mejor. Ahora, los saltos cualitativos no son tan raros como podría pensarse en primera instancia.
En mí ya no tan corta vida he visto varios: cuando la mayoría de los colombianos dejó de botar basuras por las ventanas de buses y carros; cuando los carrotenientes en Bogotá empezaron a respetar el cruce de cebras para peatones; cuando se dejó de fumar en espacios cerrados; cuando por fin se (auto) reprimió (más o menos), el acto reflejo de pitar al cambio de luz en los semáforos; la aparición de aceras donde se alzaban parqueaderos y mercado. Conste, que también he visto tales avances involucionar con la misma premura, de forma que el paso adelante no viene vacunado contra los dos pasos atrás.
Ampliando el horizonte de esta reflexión, también fueron saltos cualitativos la transformación medieval de muchos recodos susceptibles de emboscada en peajes para conservar caminos seguros y en buen estado; el cambio del derecho al despojo en los naufragios en partidas de rescate; las normas severas de la serenísima República de Venecia contra la piratería en el Adriático; el fin de las monarquías hereditarias; la reducción del abigeato con el levantamiento de cercas y la siembra de pastos.
Y ahora al grano: ¿será posible que unos tipos dedicados al secuestro, la extorsión y la protección de cultivos y rutas del narcotráfico den un salto cualitativo y se conviertan en guardabosques, en defensores de los recursos naturales? Morfológicamente hablando nada lo impediría. Conocen las zonas, sus riquezas, los habitantes y quizá mejor que nadie, sus necesidades. La estructura militar del aparato podría evolucionar y configurar un sistema con responsabilidad civil. Después de todo, casi la mayoría entendemos más o menos lo mismo por bienestar: agua potable, salud básica, educación con horizonte, caminos en buen estado, trabajo digno y rentable.
Pero son dos los grandes obstáculos que impiden alcanzar la masa crítica sin la cual el salto cualitativo es irrealizable: por un lado, que los autodenominados agentes de la ‘revolución proletaria’ acepten, sin asomo de duda, el fracaso rotundo del poder a perpetuidad encarnado en proyectos sociales como los que dirigieron Stalin, Mao, Honecker, Ceaucescu, Fidel, Pol Pot, Kim Jong-un y otros cuantos sátrapas más. Por el otro, que las autodenominadas ‘gentes de bien’ comprendan aquello que un vicepresidente gringo de estupidez normal entendió, sin mayores dificultades: que la compasión no es debilidad y que preocuparse por los menos favorecidos no es socialismo.
Por último, todos debemos prepararnos para la descomposición radiactiva del conflicto armado: muchos jóvenes formados en la guerra persistirán en la intimidación para ganarse la vida, y la contención civilizada del crimen al menudeo implicará tanta imaginación como la que tuvo el ‘man’ aquel que lanzó el primer improperio.
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com