Comenzaba el año 2003 y vi en un sondeo sobre lecturas per cápita en Europa, que la media en Alemania ascendía a algo así como 23,4 libros por año. Me pregunté si el guarismo había subido o bajado con la unificación alemana, pero igual, la cifra germana me sigue descrestando.
Me mortificaba que yo, un incuestionable miembro de esa exigua y privilegiada minoría que en Colombia accede a la educación superior y que, por más señas, ha vivido siempre de trabajos con estrecha relación libresca, fuera superado de lejos por cualquier ‘perico de los palotes’ en Alemania.
Así que, armado de genuina humildad intelectual, me dispuse a registrar todos los libros que leería ese año y agregué a la lista solo aquellos que deletreé de cabo a rabo. Incluí, por supuesto, los que me empaqué por trabajo, por gusto o por ambas. A saber: traducciones (dos o tres al año), reseñas (tres o cuatro en buenos tiempos), preparación de clase (uno o dos por año), relecturas (en moderado pero continuo crescendo) y novedades, la gran incógnita de la ecuación.
¡Oh sorpresa! Aquel año del Señor leí 56 libros de pitón a pitón. Haber superado a unos cuantos ‘pericos de los palotes’ nórdicos me llenó de tropical euforia: por primera vez en la vida sentí que mi esfuerzo contribuía (para bien), a la triste cifra nacional de 1,9 libros por año a pesar de que, en mayo de 2013, cuando el Dane aventuró la anterior cifra, también señalaban que… ¡seis de cada diez lectores colombianos no entendían lo que acababan de leer!
Ahora, si no se entiende lo que se lee, no sorprende que no se lea y además explica los galimatías que a diario ametrallan diputados, políticos y comunicadores sociales, ojos clavados al teleprompter como búhos encandilados, mientras hacen que hablan desde las pantallas de televisión o los balbuceos que farfullan desprovistos del aparato. ¡Por Dios, el placer de leer es justamente el de entender! De lo contrario, tanto más enseñarles a 2.500 loras los últimos versos geniales de La perrilla de Marroquín y luego mojarlas para que los reciten en colegios, universidades, centros de convenciones y el Capitolio Nacional para pública vergüenza de todos: Aquella perrilla, sí, / ¡cosa es de volverse loco! / no pudo coger tampoco / al maldito jabalí.
Dicho eso, subrayemos que la lectura jamás nos hará mejores seres humanos. Recordemos que, si leyéramos un libro diario durante setenta años, apenas si despacharíamos 21.550 unidades, bisiestos excluidos. Una nimiedad.
Solo en España, se publican más de 75.000 novedades al año, de manera que, en última instancia, un par de libros bien leídos bastan para toda la vida. Después de todo, las dos figuras que más signaron la cultura occidental, Sócrates y Cristo, solo trazaron un par de rayas con un palo sobre el polvo del camino. The rest is very small big data. ¡Pero qué gusto, kilometraje, compañía (y quizá criterio para asuntos de sí o no) los que regalan 40 minutos de lectura diaria!
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com
columnista
‘Es flaca sobremanera…’
Solo en España, se publican más de 75.000 novedades al año, de manera que, en última instancia, un par de libros bien leídos bastan para toda la vida.
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Juan Manuel Pombo
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