No sé de dónde sacó el senador Iván Duque que Marx sostenía que la única manera de matar al capitalismo era con impuestos y más impuestos, pero lo que sí sé es que, gracias, precisamente a impuestos y más impuestos, los países escandinavos salvaron sus democracias y al capitalismo, primero, de la antorcha bolchevique, más tarde, de los tanques soviéticos y, por último, del humo de las fogatas cubanas que allá apenas si detectaron, aunque por aquí, por entonces, incendiaban llanos, selvas y montañas.
Lo mismo puede decirse de países más lejos de las zarpas del oso ruso: el Reino Unido, Francia, Alemania Occidental, incluso Estados Unidos, naciones todas que, como las democracias fiscalistas escandinavas, también sumaron impuestos a mejoras laborales y salariales para impedir la propagación del espectro que, ya cien años antes, Marx y Engels, con regocijo, anunciaban se cernía sobre Europa. Sí, el capitalismo se salvó, gracias a luchas laborales en estados cuya viabilidad, a su vez, descansó en gravámenes y mejores salarios.
El problema no son los impuestos ni los salarios; ambos existen para bien desde que una inmemorial partida de caza, sorprendida al escampado, estableció turnos nocturnos de guardia alrededor de la hoguera y, luego, guardias diurnas en el umbral de sus cuevas: una sencilla transacción de costo-beneficio en aras del bien común. Es más, una de las características esenciales de los estados fallidos es el mal manejo de dicha transacción: la incapacidad de imponer y recaudar impuestos o la corrupción y torpeza al distribuirlos. Por eso fracasaron las monarquías europeas y las más recientes dictaduras de todo corte.
Ojalá el rollo de la reforma tributaria no termine siendo gasto de pólvora en gallinazo para después discutir si lo que se garrapateó fue o no ‘estructural’ o ‘integral’: por favor, lo único que la reforma tiene que ser es clara y distinta.
Yo devengo entre 30 y 40 millones de pesos al año, gracias a mi trabajo a destajo (traducir) y 8 millones más, debido a un contrato temporal de cuatro meses, dos veces al año, por dictar un taller de traducción. Para mi infortunio, aseguro que nunca supero los 80 millones y, como ya mis tiempos de empleado quedaron a mis espaldas, no recibo primas ni pago por vacaciones, pero sí pago arriendo y servicios. Así, en calidad de independiente, asumo mis aportes a salud y, dado que no aporté nueve años para pensión (viví en el extranjero), no alcancé una pensión de salario mínimo al mes, cosa que, hoy por hoy, me vendría muy bien; la troqué por una indemnización única que no revelo para evitar limosnas o conmiseración.
Con todo, a pesar del estrecho margen, estoy dispuesto a pagar, según mis ingresos, pero no por un contador para calcular el monto. Una reforma eficaz, que cobije a muchos, requiere moderación tributaria con esta franja y, sobre todo, buena redacción y claridad en la presentación de los formatos para beneficio y autonomía de la mayoría de los contribuyentes: l’etat c’est nous.
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor
juamanpo@yahoo.com
Salarios,tributos y Estados
Ojalá que luego de que discuta la reforma tributaria no se debata si fue o no estructural. La iniciativa debe ser ante todo efectiva.
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