Mientras escribía esta columna el presidente Donald Trump reconoció a Juan Guaidó, recién autoproclamado en la Asamblea Nacional, como presidente interino de Venezuela y a quien se le sumaron 12 países (donde está Colombia).
La Unión Europea, un poco “tibia”, ratificó su apoyo a la Asamblea Nacional e invitó a nuevas elecciones en el vecino país. Mientras tanto, miles de personas marchan en Caracas y en diferentes ciudades de Latinoamérica exigiendo la renuncia de Nicolás Maduro.
El dictador, a su vez, le dio 72 horas a la misión diplomática estadounidense para abandonar el país. En paralelo han comenzado a surgir rumores de que el líder chavista podría estar negociando su salida de la denominada República Bolivariana. Toda una novela.
Aunque parecería inminente la caída de la dictadura en Venezuela, resulta conveniente pensar en cuál será el paso a seguir una vez restablecida la democracia. De hecho, la foto que se puede tomar del país en la actualidad es bastante desoladora.
Una inflación de 1’000.000 por ciento (solo comparable con la Alemania de 1923 o el Zimbabue del 2000), 16,2 por ciento de la población infantil sufre de desnutrición, la población en general ha perdido en promedio 11,4 kilos en promedio, la canasta familiar se puede comprar con un equivalente a 151 salarios mínimos de ese país, han emigrado 2,5 millones de venezolanos en los últimos 15 años (lo que significa el 7% de la población) y el PIB (que mide la riqueza del país) ha caído 50 por ciento en los últimos cuatro años.
Como si lo anterior no fuera suficiente, el país que encontrará el próximo Presidente de Venezuela tendrá uno de los más robustos aparatos burocráticos de Latinoamérica en proporción con su población. Tiene 34 ministerios (Colombia tiene 16) y tanto un Consejo Nacional Electoral como un Tribunal Supremo de Justicia controlado por su Presidente.
Con todo lo anterior, no extraña que entre 178 países, Venezuela sea el 169 con mayor percepción de corrupción del mundo y el primero de América Latina. Y ni qué decir de la inseguridad: apenas el 17 por ciento la población se siente segura caminando por las calles de Caracas. No pocos coinciden en que se necesitarán al menos 50 años para recuperar ese país.
Uno podría ignorar todas las cifras que sobre Venezuela pudieran contarse; sin embargo, no se puede ser indiferente ante las historias que de primera mano se cuentan en las calles o restaurantes de Bogotá.
La dictadura en Venezuela es una realidad como lo son las deplorables condiciones de vida de ese país y que impulsaron a uno de los éxodos más grandes de la historia reciente latinoamericana. Defender al régimen venezolano es apelar a lo indefendible pero además es burlarse de la tragedia de millones de ciudadanos.
Se necesitará un cambio generacional, la construcción de confianza progresiva ante la comunidad internacional, el impulso productivo de un país acostumbrado al petróleo y a los subsidios, el desmonte del aparato burocrático y mucha inversión en salud y educación. Por lo pronto, la serpiente sigue viva al parecer con los días contados.
Juan Manuel Ramírez M
CEO de Innobrand
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